Uma moqueca com Caetano
2015-11-16tenedor libre
Nos invitan a comer a la
casa de Caetano en Bahía, algo parecido a endrogarse con Dios en Nápoles. 2011.
Él está en un rincón vestido de blanco. Silencioso. Ayer su madre, la mítica
Dona Canô, había cumplido 104. Gran festejo en Santo Amaro. Nos lo perdimos,
pero los Orixás saben compensarlo: acá estamos, pues. El mar negro ruge allá
abajo con fuerza, ronco, una saeta desde acá arriba. La ex del cantante, sus
hijos jóvenes, amigos famosos cuya fama no llego a atisbar. Soy el extranjero
del álbum homónimo: de la bahía de Guanabara a la de Todos los Santos.
En el laaaargo sillón Zé
rasga el cavaquinho con variada repetición, sabiamente. Fique aquí, propone,
como diciendo “algo bueno va a pasar”. Tarareamos algunas de Pixinguinha y de
pronto estamos arriba de una van, también tarareando, camino al recital que
Caetano dará en Costa do Sauipe. Los Orixás la tienen clarísima. Canciones con
la palabra “tiempo”, sugiere el chofer, y allá vamos, “tempo, tempo, tempo”,
¿recuerdan la oración?
Todos apretujados en el
camarín, una carpa enclenque sobre la arena. Los brasileños son arena, la
llevan en la piel, que se contonea como víbora. Él se lima las uñas de la
guitarra. La imagen es, cómo decirlo, bisexual. O mejor aun: carece de sexo.
Así sucede con los grandes. Los enormes no tienen sexo porque son todo a la
vez: hombre, mujer, piedra, luciérnaga.
En el camino de vuelta se
bajan varios, como partes de un collar que se rompe. Quedamos mi amigo Charly,
el retoño Zeca y quien suscribe. Parada técnica: un piringundín en la noche
baiana. Caetano pide moqueca de camarão, la mejor que comí en la vida, y la
vida, precisamente, cobra visos de irrealidad, de sueño, de suave caricia
camino al cielo. Departimos de cine negro. Frenamos en John Alton, el inmenso
director de fotografía húngaro, y varias sonrisas felices bajan el telón.Até a
mais.