Música de los viñedos


El multifacético Pedro Aznar nos presenta su vino y bastante más.

El talento es más barato que la sal de mesa. Lo que separa al talentoso del exitoso es mucho trabajo duro. Existe un puente directo entre la frase de Stephen King y la vida de Pedro Aznar. Multiinstrumentista y bajista de excepción, este músico nacido en Buenos Aires participó de adolescente de uno de los grupos míticos del rock nacional Serú Girán, formó parte de un proyecto emblema del jazz mundial Pat Metheny Group, desarrolló una prolífica carrera solista y consolidó su prestigio al involucrarse con géneros y artistas de todo el arco cultural argentino y latinoamericano. Más de una vez Aznar ha sido calificado de prodigio, y su reflejo inmediato fue ampliar el inmenso océano en el que se mueve con naturalidad. Así como ocurrió con la fotografía, disciplina con la que ya realizó varias muestras itinerantes, Pedro Aznar se incorporó hace poco más de dos años como un nuevo jugador de lujo para el vino argentino. Todo comenzó en agosto de 2012, cuando el enólogo Marcelo Pelleritti le ofreció en Mendoza hacer un corte de vino como un modo de expresarle su admiración. En el momento que el Página 1 Malbec-Cabernet Franc vio la luz, se dieron cuenta de que dos potencias se saludaban. Siempre me gustó muchísimo el vino, me parece una bebida de una tremenda nobleza. El vino implica una historia de la sociedad, la expresión de un terreno y la de un enólogo como artista. Empezar este proyecto fue el disparador para meterme de cabeza, incluso para terminar este año la carrera de sommelier. Con Marcelo trabajamos a la par para decidir los cortes y pensar los conceptos. En ese sentido soy un winemaker, resume Aznar, recién llegado de un viaje de trabajo junto con su socio por bodegas de Priorat, Navarra y La Rioja, en España, y Pomerol y distintas zonas de Bordeaux, en Francia. Se cuelan agudas hendijas solares en el restaurant de Casa Umare y el músico ofrece degustar un Chardonnay-Torrontés refrigerado desde su casa, aún sin etiqueta, pronto a formar parte de la selecta cartera de Abremundos. Como antes en la música, la poesía y las imágenes, a los 55 años, Pedro Aznar encuentra en el vino el nuevo vehículo hacia la trascendencia.

¿Queda claro que adoptaste tu faceta de winemaker como una profesión? ¿Cómo se inscribe este proyecto en el hilo conductor de tus otros trabajos?

Esto es por pasión, por dedicación artística y por búsqueda. Después, el resto viene por añadidura. Siempre lo pensé así. Cuando arranqué a tocar, lo hice por vocación y por pasión. El hecho de vivir de mi carrera musical se dio naturalmente. Hay muchas maneras más rápidas y certeras de hacer dinero que ser músico y dedicarse al vino (risas).

¿En estos dos años tuviste que combinar fechas de conciertos y grabaciones con el calendario vitivinícola?

Claro, con visitas periódicas a Mendoza, por ejemplo. De hecho antes de fin de año vamos a terminar de plantar en las dos hectáreas que tenemos en Vines of Mendoza, en la zona de la villa de enólogos, un lugar que compartimos con los Michelini, Ale Vigil y la familia Reginato, entre otros. Planeamos experimentar con cepas inusuales, como mouvedre, grenache y albariño, mientras trabajamos el lanzamiento del blanco, una grapa de orujos de Chardonnay y un aceite de oliva que hacemos con la gente de Tapiz. Desde el primer momento asumí que el proyecto requería este nivel de dedicación. Aun antes de salir al mercado, nuestros vinos han tenido una extraordinaria puntuación, al punto que el crítico James Suckling les puso 93, 96 y 99 puntos a tres de nuestros cuatro vinos entre 400 argentinos. Fue un regalo del cielo.

Para muchos que te siguen en el arte no debe ser una sorpresa, como si tuvieses un don…

¿Pero lo musical no garantiza lo vitivinícola! (risas) Hay algo que es don, que se trae cuando uno viene al mundo, y también está el esfuerzo, la dedicación y la seriedad, en el mejor sentido de la palabra. Es darle tiempo de tu vida a esa pasión que te habita. Ha pasado que hemos estado ocho horas con Marcelo por un corte, y él mismo reconoce que pocas veces ha estado trabajando tan intensivamente. Toda esa energía viene de vuelta

¿Se trata de aplicar la gimnasia de trabajo que ya tenés incorporada para una nota o una melodía?

Absolutamente. Como ocurre cuando mezclo un disco, no hay que exagerar ni pasarse al retocar las cosas, porque terminan viéndose falsas, en lugar de mantenerse frescas y espontáneas. El tiempo y la experiencia me han enseñado a discernir cuándo es el punto en el que algo está y cuándo hay que seguir empujando. Eso está presente en nuestros vinos, la intención lúdica. Obviamente partimos de vinos hechos por un campeón del mundo, hay muy pocas posibilidades de error. Hacer un corte u otro puede hacer un vino extraordinario o uno muy bueno. Nosotros apuntamos a lo extraordinario.

¿Qué te nutrió durante tu vida para llegar a este lugar de winemaker?

Fui descubriendo la pasión en las giras desde los a?os ´70s, siempre me gustó el ritual de ir a comer con los colegas y compartir un buen vino. Tocando con Pat Metheny pude probar vinos del mundo, e incluso el pianista Lyle Mays llevaba una libretita donde anotaba los que íbamos tomando, una especie de catastro para no olvidarse. Es el proceso de aprendizaje.

Una rutina que va en contra del estereotipo del reviente del rock…

El reviente por reviente nunca me interesó, en realidad. Eso de ver hasta qué punto puedo llegar a deconstruirme a través de una sustancia… He experimentado con drogas, como cualquiera, para ver cuál es la tela de la realidad. En un cierto punto es importante meterte a preguntarte cómo y de qué está hecho el mundo. Puede ser a través de la meditación, el uso de alguna sustancia, tomando vino, algún ritual… Pero meterte con el fondo de las cosas hasta el fondo. Preguntarte: ¿Esto es tan sólido como parece o es una especie de danza vibratoria que no se sabe cuál es el origen?. Personalmente me encontré con eso, que era una oscilación, una danza de ondas sonoras, que nuestra propia solidez no estaba. No quisiera usar la palabra ilusión, porque parece que con eso de un plumazo descartás la materialidad de las cosas. No es que sean irreales las cosas, sino que a nuestros sentidos aparecen como algo que en el fondo de todo no es sólido, porque engañan de una manera muy hermosa. Nunca me interesó anular la cabeza, sí expandirla. Seguí por un lado de vivir plenamente y de encontrar la felicidad. Como dice el Dalai Lama, esa es la verdadera razón por la que estamos vivos. Y la felicidad puede estar en peque?as cosas: compartir un buen vino, esta luz que entra por la ventana.

Es muy conocido el caso de Santaolalla. ¿Con qué otro músico compartís la pasión y cómo se ve a la industria ahora desde adentro?

Víctor Heredia es un gran amigo y un gran conocedor de vinos. Tiene una cava generosa que comparte con los amigos y cada vez que nos vemos nos intercambiamos botellas. Hay cada vez más y mejor vino, por lo que el boom del vino argentino en el mundo está justificado por el progreso sideral que hubo en los últimos 20 a?os. Por precios que ya no son prohibitivos se pueden probar cosas extraordinarias. Existe un verdadero fervor por el vino argentino, ya se lo menciona en películas y series. Se puede decir entonces que el secreto salió de la caja.

por Ariel Cukierkorn

fotografias Mauro roll



Etiquetas
Categoría Buena Vida

Comentarios