BESTIAS del SUR SALVAJE
2015-12-22Fernando Rivarola y
Gabriela Lafuente se conocieron en Palma de Mallorca en 2005 y tres años
después abrieron El Baqueano, una propuesta de alta cocina especializada en
carnes alternativas. Sin haberlo buscado, juntos lograron –él con los
cuchillos, ella con los vinos– proezas como integrar la lista de los 50 mejores
restaurantes de Latinoamérica y que los quisquillosos usuarios de Guía Óleo se
desvivan en cumplidos. Salimos a pasear por su barrio, San Telmo, y mientras
documentábamos el recorrido, conversamos sobre su gran responsabilidad social,
su compromiso con la divulgación, los engaños de la industria alimenticia y los
tabúes en torno a la cultura carnívora.
¿Por qué eligieron
San Telmo para abrir su restaurant?
Gabriela: Acá nos sentimos en casa. Su arquitectura nos
recuerda a los cascos viejos de Europa, aunque está peor conservado. No tiene
mucho verde, pero mantiene su esencia de barrio. Interactuamos con todos los
vecinos: el canillita, los gastronómicos, el zapatero... Los que nos conocen
saben que el restaurant existe; los que no, creen que detrás de la fachada hay
algo raro.
Es verdad: visto
desde afuera, El Baqueano no llama la atención.
G: Quisimos dejar la fachada tal como estaba, sin hacer
grandes remodelaciones. Por otro lado, el restaurant es nuestra casa. Estamos
más horas acá que en nuestro departamento. Eso implica cierta intimidad...no
una intimidad snob sino la que sentís cuando vas a la casa de un pariente que
no conocés tanto: al poco tiempo de llegar, te relajás y estás a tus anchas. No
olvidemos que la restauración empezó en casas en las que se servía comida.
Después se hizo hincapié en aspectos como la ambientación; sin embargo,
nosotros mantenemos la esencia. Acá se viene a comer.
¿Cómo nació su amor
por las carnes de caza?
G: Antes de mudarnos definitivamente a Argentina, vivimos
durante medio año en Toro, un pueblo español de 6.000 habitantes que tiene
denominación de origen. Allá nació mi amor por el vino. Se trata, además, de un
lugar con una fuerte tradición en carnes de caza. De todas maneras, El Baqueano
surgió de la infancia de Fer.
Fernando: Nací en San Cayetano, un pueblo a 80 kilómetros de
Necochea. Cuando era chico, mi papá cazaba y pescaba mucho. Lo hacía por
necesidad, era estudiante y no tenía recursos para sustentar a la familia. Era
normal que desapareciera tres días y después verlo llegar victorioso con un
ñandú a cuestas. Con eso comíamos todo el mes.
Entonces, ¿qué
pensabas sobre la caza?
F: Discutía mucho con mi papá. Me quería llevar a cazar,
pero a mí me parecía mal. No me gustan las armas. Sin embargo, con el tiempo
aprendí que hay que regular las poblaciones de animales a través de la caza y
de las leyes. Existen animales, como la vizcacha, que son considerados una
plaga y cuya caza es necesaria. El mundo tiene que entender que el hombre fue
el que desordenó los ecosistemas y, por lo tanto, es su deber reordenarlo.
¿Creés que el hombre
es, en esencia, cazador?
F: Está comprobado que, morfológicamente hablando, el hombre
no sería lo que es hoy si no hubiera comido carne. De todas maneras, todo
evoluciona y es posible que alguna vez dejemos de hacerlo.
¿Qué opinás de la
ética del sufrimiento animal?
F: Creo que, más allá de comer o no comer carne, lo
importante es pensar cómo hacer sustentable el consumo de animales,
desarrollando una industria en la que sean criados y sacrificados sin
sufrimiento. Hay mucha hipocresía: se hace hincapié en la caza como algo malo y
no se mira a las pobrecitas vacas que viven en los feedlots enterradas en su
propia mierda.
¿Cuán diferente es la
carne de feedlot con respecto a la de un animal salvaje?
F: La diferencia es abismal. Si probás un ñandú salvaje y lo
comparás con uno de criadero, vas a ver que la carne del salvaje es mucho más
fuerte y sabrosa.
El estrés de la vida
salvaje, de tener que protegerse de depredadores, ¿afecta el sabor de la carne?
F: Dicen que sí y habría que ver qué incidencia tiene eso en
el cuerpo humano. De todas maneras, una vaca en el matadero también se estresa.
El animal salvaje
tuvo, al menos, una vida más digna.
F: Claro. Tiene la suerte de vivir sin saber cuál será su
destino; en cambio, el que está confinado vive sabiendo que lo van a matar.
¿Es posible que lo
sepa?
F: Sin duda. Hay cerdos que se escapan de sus corrales y
abren los de otros cerdos. Hoy se sabe que los animales tienen una inteligencia
superior a lo que se solía creer; sin embargo, seguimos siendo
súper-predadores: ¿hasta cuándo? No lo sé. Creo que la naturaleza va a decir
“basta”. De hecho, ya está sucediendo, a través de las enfermedades. Estamos
comiendo mal, todos. No sólo los carnívoros: también los vegetarianos.
Te referís a los
agrotóxicos...
F: Exacto. La gente se deja manipular para creer que una
cosa es más sana que la otra. El problema no pasa por lo que elegimos comer
sino por lo que nos dan de comer. Pensamos que nos alimentamos con lo que
queremos, pero cuando vamos al supermercado sólo podemos elegir entre aquello
que la industria quiere que comamos. A la gente le falta entender eso.
Hay una creciente
paranoia en torno a los antibióticos que se les agregan a las carnes.
F: Seamos realistas: todos los animales de criadero tienen
antibióticos porque, de lo contrario, no sobrevivirían o nos enfermarían a
nosotros.
Me refiero
específicamente a la mala prensa que sacude al salmón rosado. Dicen que su
consumo cayó hasta un 40 %.
F: El tema del salmón es más profundo. El salmón natural que
comparten Argentina y Chile no se pesca: es muy escaso y, cuando se lo puede
pescar, está moribundo porque ya desovó y no tiene buen sabor. El de criadero
chileno es un salmón noruego para cuya producción se generó un asentamiento con
miles de trabajadores, en su mayoría hombres. Naturalmente, necesitaban
mujeres, lo que llevó a la prostitución, la trata de blancas y finalmente el
narcotráfico. Todo eso es mucho peor que la cuestión de los antibióticos y del
impacto ambiental.
¿Por qué motivo no se
comunica esa problemática?
F: Por intereses económicos. Cuando voy al Barrio Chino a
comprar pescado, veo cómo 18 de 20 argentinos compran ese tipo de pescado. ¡No
entiendo por qué! En Argentina tenemos 4.000 kilómetros de litoral marítimo con
especies que son consumibles todo el año y no las aprovechamos. Es una cuestión
de marketing. De hecho, inspirados en eso, hicimos un plato en El Baqueano que
se llama “El salmón que quería ser rosado”. Usamos salmón blanco del Atlántico
y lo impregnamos con caroteno, que es jugo de zanahoria. La gente se sorprende
cuando descubre que no se trata de salmón rosado y que sabe riquísimo.
¿Se sienten
responsables de divulgar este tipo informaciones?
F: Se ha impuesto la responsabilidad de comunicar estas
cuestiones al cocinero porque se trata del eslabón más visible de la cadena,
pero la mayor responsabilidad es del Gobierno. Tenemos que exigir que nos digan
qué se puede comer y qué no, quién cultiva los productos, qué les ponen.
Necesitamos conocer la trazabilidad de los alimentos.
¿Y qué hay de la
labor de organismos como la Organización Mundial de la Salud? Hace poco anunció
que las carnes procesadas son cancerígenas.
F: Leí todo el informe de la OMS y en ninguna parte dice que
la carne roja y los chacinados son cancerígenos. Los sulfitos son
perjudiciales, pero no la carne en sí. Me llama la atención cómo se tergiversa
todo. Nadie se toma la molestia de leer estas cosas de primera mano.
¿Cómo evaluás el
papel que ocupan los medios de comunicación en estas cuestiones?
F: La información se sesga para que la gente consuma lo que
el mercado necesita; de esa manera, se generan tabúes alrededor de ciertos
alimentos como las carnes de caza. Nadie imagina que las carnes de caza son
nutricionalmente más sanas que las populares. Hay estudios que lo avalan. Hoy
en día es mucho más sano comer una vizcacha que un pollo.
Hablemos de sus
exploraciones en el interior del país. ¿Cuán a menudo viajan?
G: Siempre que podemos, visitamos a productores, cazadores y
pescadores para familiarizarnos con sus necesidades. Nos interesa la
perspectiva social de la gastronomía que se desarrolló en los últimos años
gracias a chefs como Gastón Acurio en Perú –precursor del uso de la gastronomía
como un medio de revolución–, Alex Atala en Brasil –que considera a la cocina
como una herramienta de trabajo y desarrollo social– o Enrique Olivera en
México. Ellos son, a nuestro entender, el triángulo de la gastronomía
latinoamericana.
¿Cuál fue su mayor
hallazgo durante estos viajes?
F: Siempre miramos al Noroeste del país; sin embargo, nos
parece que en la Mesopotamia pasó algo muy particular. Quizás se deba a que los
guaraníes no fueron conquistados por los españoles; entonces, conservaron toda
su cultura, especialmente la gastronómica. Su trabajo con la mandioca, el maíz
y los frutos autóctonos de la selva chaqueña y formoseña es muy interesante. Y
el Paraná es un río que tiene unos peces muy especiales. Hay una canción de
Jorge Fandermole, un músico de la trova rosarina, que se llama “Oración del
remanso”. Habla de un pueblo de pescadores adonde la gente tiene una vida muy
dura porque, cuando no hay pesca, parten río arriba y muchos mueren. El lugar
existe y se llama Remanso Valerio: es un asentamiento de pescadores a cinco
minutos de Rosario. Allá hay 150 familias que desde hace 80 años viven de la
pesca. Los conocimos y filmamos un pequeño documental. Nos impactó que exista
una canción sobre el tema, pero que, sin embargo, nadie haya investigado el
asunto.
¿Por qué no hay tanto
consumo de peces de río?
F: Las legislaciones lo dificultan. Existen controles
fitosanitarios que no permiten transportar ciertos frutos o animales de una
provincia a otra. Hay que tener un permiso de tránsito federal, que es súper
difícil de conseguir. La única manera de pasar los frutos autóctonos a través
de esas fronteras es convirtiéndolos en dulce, pero yo no quiero comer dulce,
quiero probar la fruta en su estado natural.
G: Si el fruto autóctono nace y muere en un árbol y nunca
llega a nosotros, es como si no existiese. Se los siente bastante
politizados...
F: Es que la política está en todas partes. Hay que
politizar la gastronomía.
¿Comer puede ser un
acto político?
F: De alguna manera, sí, porque detrás de lo que ingerimos
hay una industria monopólica. A la carne nacional la maneja Alberto Samid, que
participa de Bailando por un sueño, ¡y nosotros andamos por ahí creyendo que
comemos carne porque hay muchas vacas en el país! Te propongo un desafío:
recorré Argentina y fijate dónde hay vacas. Están todas centralizadas en la
misma región.
¿Existe una
alienación en el consumidor porque no está en contacto con el resto de la
cadena alimentaria?
F: Claramente. Si yo mismo cazara, ese alimento tendría otro
sabor para mí. Perdimos la cotidianeidad en el vínculo con la producción. En un
congreso de gastronomía en Dinamarca, Alex Atala hizo una ponencia con una
gallina en los brazos y, mientras disertaba, la acariciaba. En un momento
empezó a hablar de que la muerte sucede, que nos va a pasar a todos. De pronto,
le retorció el cogote a la gallina y la mató en frente del público. Lo acusaron
de asesino y de hijo de puta, cuando en realidad es algo que pasa todos los
días. La gente es muy hipócrita.
¿Cómo hacés para
trasladar todo ese contenido social a un plato?
F: Es difícil. Hay historias detrás del plato y yo elijo
contarlas. Proponemos invertir la pirámide: que los cocineros estemos abajo,
sosteniendo la pirámide y siendo el nexo con el consumidor, y que el pequeño
productor esté en la cima, trabajando tranquilo y confiando en que van a
comprarle lo que cultiva.
¿Por qué no usás alta
tecnología para cocinar?
F: ¡Porque no tengo plata! Me encanta la maquinaria
científica, pero se puedenhacer cosas buenas sin tecnología. Hay un montón de
restaurantes con mucha guita y tecnología que no tienen alma ni sabor. Me animo
a decir que somos el restaurante de la guía de los 50 Best que tiene el menor
presupuesto, el menú más económico y el equipo de trabajo más chico.
En la propuesta de El
Baqueano hay una dicotomía: por un lado, trabajan con carnes de origen salvaje,
lo que plantea un retorno a las raíces; por el otro, elaboran los platos usando
un enfoque científico y contemporáneo.
F: La dicotomía es parte de la vida. Existe el blanco y el
negro, la luz y la oscuridad. Los cocineros trabajamos con cosas que estaban
vivas y murieron y con cosas que parecen muertas, pero están vivas. Si ahora
hiciéramos silencio, quizás al principio nos gustaría, pero después
extrañaríamos el ruido. Tal vez por eso se puso de moda agregar brotes y flores
a los platos: para salpicar la muerte con un poco de vida. Necesitamos que
ambas cosas estén presentes en lo que comemos.