AÑORANZA

Un bar-café tiene tanta importancia como un restaurante porque se trata, entre otras cosas, de un espacio que uno elige para quedarse horas y pasarla bien. No es éste el caso.

VOLVER A LA GALERÍA PROMENADE ME RECUERDA a 1976. En aquel año, recién recibida, me sentaba en su emblemático bar. Comía omelette de finas hierbas y queso, ensaladas básicas, pero estupendas, e inolvidable sopa crema de arvejas con jamón serrano. Una parada glamorosa en la que siempre me cruzaba con ejército de buenos conocidos. Me viene a la memoria el esfuerzo que ponía en beber una copa de Suter Etiqueta Marrón, que no me caía bien para nada, aun si me hacía sentir grande e importante.
Pasaron varias décadas y volví. Eran épocas de Rodrigo Toso. El bar con jardincito se cancherizó y se comía rico, razonable en cuanto a precios. Si bien no era pretencioso, tampoco salía de lo común. Empezaban a filtrarse las raíces autóctonas: algún guiño andino, cocciones perfectas y sándwiches en versión alta costura, bellos por fuera y bellos por dentro. Los acompañaba con el mejor té ahumado de Inés Berton. A veces coincidíamos y ella dejaba su mini terruño perfumado y me explicaba la infusión con ímpetu. Pasaba, muy feliz, horas en medio de la galería más bonita de Buenos Aires, rodeada de amigos. A la tardecita le tocaba el turno a tartas deliciosas y brownies de verdad.
Hoy, varios años después, aterricé de repente. Vaya uno a saber por qué me demoré tanto en regresar. Me senté en la mesa de siempre y pedí la carta. El mozo tardó horrores; notaba mi intención de recibir una carta, pero ni mú. Es cierto que yo estaba sin tiempo de sobra, con una amiga que debía llegar puntual a terapia. Como era obvio que necesitaba urgente esa carta que no aparecía, fui hacia ella y comprobé su reducida oferta. No importa, pensamos; elegimos dos tartas de salmón y espinaca, copa de blanco y a otra cosa. Se lo dijimos al mozo, quien preguntó qué guarnición preferíamos: ensalada de zanahoria y lechuga o eso, ensalada de zanahoria y lechuga. Nada menos apropiado para esa tarta que imaginaba digna, así que pedí tomate y albahaca, que a duras penas llegó con un verde dudoso.
El resultado fue una petite tarta abandonada a medio comer. La masa bastante cruda, la presentación triste y la estructura deforme. Buen sabor, rico relleno, but... Podríamos olvidar el intento si no fuera por la atención tan descuidada. Pasamos por alto el café y partimos, mi amiga hacia el psicólogo y yo hacia el taxi, en el que no dejé de remontarme al pasado y añorar esos platos cuidados, hechos con amor. Es lo que hay. La galería más linda de la ciudad y una propuesta poco convincente.

Sanaa Café Boutique
Ayacucho 2052
4804-9468


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