Oh no! Lulu: un viajecito tiki

Ludovico De Biaggi nos recibe en el lugar que armó hace tres años con sus socios para satisfacer con creces un vacío que tenía Buenos Aires. El primer tiki bar de la ciudad es una fantasía de islas, mares y coctelería especiada con buena comida, un gran ambiente y una sofisticación que convive con un aura kitsch de la mejor manera posible.



texto y fotos MÁXIMO PEREYRA IRAOLA
@maximopi



Los tiki bars, a grandes rasgos, son establecimientos temáticos especializados en coctelería elaborada en la que el ron y las especias suelen estar muy presentes. Sabemos que entramos a un tiki bar sobre todo por la ambientación, que remite a una idea (algo romántica) de algunas culturas tropicales como la hawaiana y la polinesia. Imágenes de palmeras, tótems, el mar, detalles retro y colores que hacen pensar en frutas y aves exóticas.


El concepto no nació en la Polinesia, por cierto, sino en Hollywood. Se cree que el primer tiki bar fue Don de Beachcomber, un lugar inaugurado en 1933 en el que se servían tragos exóticos preparados con ron y comida cantonesa. Su dueño decoró su bar con objetos que había ido coleccionando a lo largo de sus viajes por los trópicos. Terminó expandiéndose, abriendo locales en todos lados y desembarcando finalmente en Hawái después de la Segunda Guerra Mundial.


En 2019, 86 años después de que el primer tiki bar encendiera sus luces bajas, Buenos Aires seguía sin tener uno propio. Rarísimo. Sí había y sigue habiendo uno en Mar del Plata, pero nada en la capital. Patricia Scheuer, Luis Morandi y Ludovico de Biaggi, cuya más que demostrable experiencia incluye a instituciones como BASA y Gran Bar Danzón, decidieron hacer algo al respecto y así nació Oh No! Lulu en Villa Crespo, en una cuadra hasta el momento virgen de propuestas nocturnas.


No es fácil hacer un tiki bar y no es nada fácil hacerlo bien: hay un límite fino entre el kitsch y el horror, la coctelería tiene una complejidad no apta para improvisados y la comida debe pensarse con inteligencia, porque acá las papas con cheddar no van. La idea es viajar: no hay ventanas, no hay relojes (¿es este un no lugar?) y la inmersión tiene que ser efectiva desde el primer momento.



Había venido a Oh No! Lulu cuando inauguró en 2019. Volví ahora. En el medio la pandemia, claro, y después el hecho de que aunque me encanten los bares, voy poco. Lo mejor, sin duda, es experimentar los bares sin el caos de la inauguración, sin la marea de distracciones del evento para prensa, sentándome en la barra, aceptando recomendaciones, hablando con el que sabe. Hablando con Ludovico de Biaggi.


“Tener un tiki bar en Buenos Aires era una necesidad; creo que toda ciudad necesita tener uno”, dice. “Combinamos esa búsqueda con nuestra esencia: siempre supimos hacer de comer y beber rico, y nos copaba la idea de armar algo más descontracturado, para venir con pantalones cortos, digamos, pero manteniendo la calidad de la comida y la coctelería. Mucha gente viene especialmente a cenar, y nos parece que eso hace una diferencia con respecto a otros bares”, agrega, y pienso en la cantidad de bares temáticos (aunque a este bar no le corresponda exactamente la misma bolsa) a los que fui a lo largo de los años, todos con coctelería decente y comida tristísima.



Nos traen dos de los cuatro cócteles que vamos a probar a lo largo de la noche: el Zombie, clásico infaltable de cualquier tiki bar que se precie de serlo, viene en un vaso especial prendido fuego. Tiene Bacardí Carta Oro, Bacardí Carta Blanca, Falernum (un jarabe especiado de almendras originario del Caribe), almíbar de canela, pomelo y lima. Exquisito. A mí, fan del negroni, me traen un Tikigroni, versión de la casa que tiene Bacardí Carta Oro infusionado en piña, Campari infusionado con coco tostado y Singleton, muy perfumado.


Una de las especialidades de Oh no! Lulu es la flor de cebolla, reina de Instagram y lo primero que comemos. Ludovico nos cuenta que se trajo dos máquinas desde Estados Unidos para poder cortar las cebollas, que tienen que ser de la variedad española blanca, bien grandes. Una vez cortada, pasan la cebolla por una mezcla hecha con varias especias, después se fríe y se sirve con una salsa medio picantita, muy rica. Todas las mesas piden una y vemos a los distintos comensales arrancando pétalos mientras charlan. La música es buenísima, por cierto.



Atrás de la barra hay una gran pared llena de cosas. Objetos antiguos, estatuitas, muñequitos, un repasador de Sandro, plantas, sombrillas, flores, lámparas, algún que otro libro, fotos, cuerdas. Tres cuadros enormes: Rita Hayworth, Elvis, la Coca Sarli. Uno al lado del otro y ocupando el espacio que en los orígenes ostentaba la carta del lugar, bien grande. Dice Ludovico: “Cuando abrimos teníamos ese sistema, pedías en la caja y te lo llevabas a la mesa. Eso nos duró un mes; por un lado, la gente así no consumía tanto porque le daba fiaca hacer cola y esperar. Veíamos que era incómodo, no fluía como queríamos. Por otro lado, nos dimos cuenta de que no era un formato que nos representara. BASA y Danzón son lugares de servicio, y nos gusta que sea así, que la gente venga a relajarse. Así que empezamos a trabajar de una manera más tradicional, y funcionó”. Queda un cartel con forma de flecha que dice “Order here” y que imagino conservaron porque es lindo. 



Llega el pupu platter, la mejor manera de probar de todo un poco y entender mejor la comida de Oh No! Lulu. En una Lazy Susan hecha especialmente para el lugar y pensada para compartir encontramos una buena variedad de sabores y texturas: alitas de pollo glaseadas en azúcar rubia con lima, sésamo y cilantro; spring rolls de cerdo, boniato, fideos de arroz y hierbas frescas con una miel de chiles; pechito de cerdo laqueado y marinado en soja, miel y jengibre; pickles caseros; croquetas de langostinos y pescado con mayonesa de sriracha; y un coleslaw polinesio elaborado con repollos, zanahoria, cebolla, maíz ahumado, cilantro y chili, como para limpiar el paladar entre una cosa y otra. No sabría decir qué es lo más rico del pupu platter. Probablemente el pechito. O las alitas.



Hay una buena selección de coctelería, algunos mocktails, vinos de distintas cepas, bodegas y provincias, y un par de cervezas. Todo entra en una página: Ludovico nos cuenta que querían evitar la carta tipo bibliorato, porque es mejor ofrecer 15 o 16 cocktails que mantengan un mismo nivel (el nivel es alto). Los vasos artesanales se pueden comprar como recuerdo o como regalo, y son especialmente populares entre los turistas. En los inicios, algunas personas intentaban robárselos. Hoy cada tanto alguien intenta robarse una de las pajitas metálicas. Nos pedimos dos cocktails más, a todo esto: el Sirenote tiene gin, apricot brandy, mango, ananá, lima y falernum. Riquísimo. El Mai Tai, padre de todos los cócteles tiki, trae Bacardi Carta Oro, Bacardi Carta Blanca, cointreau, orgeat y lima. Una bomba.



Ocasionalmente cambian algunas cosas de la carta, otras van y vienen según la estación, como los dumplings y las sopas, y otras no se van nunca porque hay gente que viene muy seguido y pide siempre lo mismo. Se entiende. Es un lugar lo suficientemente único como para esperar que no vaya cambiando mucho. Una de las más recientes incorporaciones, orgullo de Ludovico, es el Mac Pollo, bautizado de manera muy despreocupada y homenajeando a aquel otro pero mejorándolo con una vuelta de tuerca. Un guiño de papel envuelve este sándwich enorme hecho con un pan brioche suavísimo, lechuga capuchina, alioli ahumado, ketchup casero y una pechuga extra crispy. Nuestro anfitrión admite ser fan del pollo, a mí me pasa lo mismo, y coincidimos en que a menudo se lo bastardea injustamente. Qué se le va a hacer.



¿Ya dije que la música es buenísima, no? Voy cerrando. Probamos dos postres, el mango crème brûlée con baybiscuit casero y el tiki sundae, que consiste en una cookie caliente con chispas de chocolate, helado de crema americana y salsa de chocolate. Bien golosos ambos, muy ricos también, y un final perfecto para la noche. Salimos de vuelta a Buenos Aires, a la vereda, a una zona muy barrio del barrio de Villa Crespo, y el tiki bar casi podría pasar desapercibido para el ojo poco atento. Nos despide una hawaiana de neón. Aloha.





____________________


OH NO! LULU
@ohnolulutikibar

Martes a domingos desde las 20 h

Aráoz 1019, Villa Crespo - Buenos Aires

11 2723-3357





Comentarios