La columna vinófila: El lunfardo del vino (parte II)

Hace un tiempo hablamos de aquellas palabras cifradas que son de uso común en el mundo del vino pero que están a años luz del consumidor medio. Como nuestra misión en la Tierra es romper las barreras entre especialistas y todos aquellos que quieran forman parte de la cofradía del buen beber, les traemos una segunda parte del ya publicado mini glosario enológico.



por ANA PAULA ARIAS


Primera parte acá

Aterciopelado. Cuando hablamos de vino no es recomendable usar las palabras “suave” o “fuerte”. No tienen nada de malo en sí mismas, solo que son términos que conllevan una fuerte carga subjetiva. Lo que para mí es fuerte para otro puede ser de una intensidad agradable. Por eso se han desarrollado algunos sinónimos para hablar con propiedad acerca de lo que catamos, y la “sensación aterciopelada” es uno de ellos. Pasar la mano por un terciopelo nos da la impresión de algo sin asperezas ni rugosidades. Pero no es completamente liso: el terciopelo tiene una textura muy definida, pesada y a la vez muy agradable. Lo mismo pasa con un vino aterciopelado y el efecto que tiene en nuestro paladar.

Apretado. Es antónimo de voluminoso. Es un término nuevísimo, pero que sirve porque se refiere a un tipo de vino que hoy está muy de moda, con menos cuerpo, más ligero y no tan llenador. Que no se expande en boca, y que da paso a un segundo trago rápidamente. "Apretado" podría ser también sinónimo de mezquino, de apocado, pero no. Se refiere específicamente a aquellos vinos que, en su austeridad, resuelven todas las exigencias que el consumidor moderno requiere. 

Duro. Un vino duro es un vino al que le falta madurez en botella. En el contexto económico y con los hábitos de consumo actuales, a las bodegas les resulta financieramente inviable tener los vinos estibados por muchos años. Por eso, algunas veces, salen al mercado tintos a los que les falta un tiempo en botella. ¿Cómo nos damos cuenta de eso? Suelen ser demasiado tánicos, desbalanceados y voluptuosos de manera negativa. Por supuesto que se dejan tomar perfectamente, pero a veces nos quedamos mirando la copa vacía, suspirando, y tratando de adivinar qué será de ese vino en unos años.

Mineral. Hace algunos años se empezó a hablar de la mineralidad como una característica del suelo de algunas zonas que se puede trasladar al aroma y el sabor de un vino. Si la uva con la que se hizo creció en un suelo con más proporción de piedra que de materia orgánica, como es el caso de, por ejemplo, los suelos aluviales, el vino tendrá notas minerales. Estas se relacionan con una acidez alta, aromas a yesca, piedra mojada, tiza, tierra seca y un perfil levemente salino. 

Frescura. La frescura es la madre de todos los eufemismos etílicos. Cuando se empezaron a comunicar las características del vino, en las contraetiquetas o en la mesa de un restaurante de la mano de algún sommelier, enseguida se definió que la palabra “acidez” tenía una connotación demasiado negativa como para usarla en la descripción de un vino. Por eso se la cambió por esa sensación agradable que provoca la acidez: la frescura. Si un vino es fresco, es porque tiene una acidez elevada que funciona perfectamente como balance del alcohol y los taninos.

Todos podemos hablar de vinos, pero el lenguaje que se genera alrededor sirve para producir un consenso en relación a las subjetividades que aparecen en una cata. En Cuisine estamos siempre trabajando para usted, así que a estar atentos a una tercera parte de este breve diccionario vitivinícola.




Comentarios