Entre Gualtallary y Agrelo se desarrolla una empresa surgida de la unión de dos familias, Werthein y Hernández Toso, con un fuerte espíritu visionario e innovador. Con viñedos ubicados en distintas zonas de Mendoza, son reconocidos a nivel local e internacional por la elaboración de grandes vinos, que llegan a más de 20 países de los cinco continentes.
texto y fotos MÁXIMO PEREYRA IRAOLA
@maximopi
Es complicado escribir sobre Mendoza sin repetir cosas que se han dicho, y a la vez hay tanto para decir que todo, de alguna manera, resulta nuevo. Fui pocas veces y en cada una mi objetivo fue conocer una bodega puntual, a lo sumo dos, y a diferencia de otras provincias, en cada regreso a Buenos Aires siento que conozco la tierra del vino todavía menos que antes. Cada kilómetro cuadrado tiene algo diferente para contar, se entremezclan miles de historias de familias enteras, hermanos, amigos, parejas, gente de Argentina o de otras partes del mundo que un día decidió plantar bandera y hacer que crezcan uvas, o tomó la posta de antepasados propios o ajenos que encomendaron viñedos centenarios a las nuevas generaciones. Es un caos organizado en parcelas, un edredón de tierra, hojas y pulpa que se hace y se deshace y se hace y se deshace.
No soy enólogo, no soy sommelier (siempre me resultó más cómodo rodearme de sommeliers que aprender tecnicismos por mi cuenta), y mis años de crecer entre viñedos riojanos me aportan poco más que una familiaridad con la planta y el recuerdo de pasar veranos desbrotando entre los parrales con mi hermano, porque a mi viejo no le gustaba que estuviésemos tirados sin hacer nada. Algo de la viña siempre me termina llamando, y la tarea herculeana de desenmarañar un poco los terruños mendocinos me da ganas de volver a Mendoza al menos un par de veces al año. Mi última visita, hace apenas un par de semanas, fue organizada por dos bodegas que funcionan como una sola, y que tienen pasado tan grande como su futuro: Huarpe y Riglos.
A la mañana, temprano pero no tempranísimo, nos pasan a buscar José y Anna. Un matrimonio de muchos años y mucha historia de trabajo en común: él, José Hernández Toso, es bisnieto de José Pascual Toso, un tonelero del norte del Piamonte que en 1880 se instaló en Mendoza, donde poco a poco fue armando su bodega, Pascual Toso, que aunque ya no pertenece a la familia sigue elaborando vinos en la actualidad; ella, Anna Burger, es alemana y viticultora. Se conocieron en los 90, cuando él estudiaba enología en Alemania, y en 1999 se vinieron juntos a las tierras de José, donde vieron crecer hijos, perros y bodegas.
En el trayecto hacia Riglos, nuestro primer destino, José, que es co-fundador y Director de Enología de Huarpe Wines entre muchas otras cosas que engordan el CV del que, modesto, nunca hace alarde, cuenta todo sobre las distintas zonas productoras de la región, e incluso nos lleva al Cristo que mira hacia Agrelo y Gualtallary para explicar dónde queda cada cosa. Una vista privilegiada, con la montaña bien presente. Casi todo lo que toca la luz fue, es o será vino.
También habla sobre la historia de Huarpe, y la importancia de su nombre: “Muchos de los nombres de la zona provienen de vocablos huarpe, como Tunuyán, Tupungato, Lunlunta o incluso Cuyo”, dice. “El huarpe tiene mucha importancia para el mendocino. La apertura de la fiesta de la vendimia, por ejemplo, se hace en esa lengua”.
Cuando José y Anna se vinieron desde Alemania, él empezó a trabajar para Luigi Bosca, donde hizo siete cosechas como enólogo principal de la bodega. En paralelo comenzaron a desarrollar el proyecto Huarpe, primero en Maipú y después en Agrelo, con viñedos plantados por ellos mismos. Al tiempo surgió una nueva oportunidad que llegó de la mano de una familia que conocían bien.
Los Werthein tenían su propia historia de inmigración: a principios del siglo XX, habían llegado a Argentina desde Besarabia, una región de Rusia actualmente perteneciente a una gran parte de Moldavia y Ucrania; su primer destino fue un pueblo de La Pampa llamado Riglos, donde se dedicaron a la ganadería y la agricultura, destacándose sobre todo en la crianza de ganado. Hoy, un siglo más tarde, son un grupo grande, y bajo su paraguas se encuentran varias marcas conocidas. Una de ellas es Riglos, la bodega, que siempre fue un proyecto especial para la familia, pero que se complicaba administrar desde Buenos Aires. Después de varias reuniones, Riglos y Huarpe celebraron una fusión que permitió desarrollar un porfolio de cerca de 30 etiquetas que no compiten entre sí, si no que se complementan con total armonía.
Bajamos de la camioneta en Riglos, o mejor dicho en Finca Las Divas. La finca, en forma de triángulo, está dividida en lotes, cada uno dedicado a una diva diferente. Los nombres internacionales representan a los varietales del resto del mundo, y así hay que buscar a Marilyn Monroe, Marlene Dietrich y Edith Piaf para encontrarse con el Cabernet Franc, el Riesling y el Sauvignon Blanc; en cambio, para el Malbec son todas argentinas y tangueras, como Tita Merello. Ahora adquirieron más tierra; ya saben que le van a dedicar un lote a Tina Turner, pero todavía no se decidieron por el resto.
El divismo está en los carteles de los viñedos, sí, pero no en las botellas: Huarpe y Riglos no intentan engañar al consumidor desprevenido y un poco hipster haciéndolo caer en las garras del diseño bonito, a expensas de vinos bobos. Las etiquetas son sobrias, elegantes, inspiradas en la cultura Huarpe en el caso de la bodega homónima, y transmiten distinción porque el foco es ese: la excelencia en cada paso de la elaboración, apoyada en una extensa experiencia y tradición vitivinícola.
En Huarpe Riglos Family Wines, como en tantas otras bodegas, hay proyecto de enoturismo, y la cosa pinta bien: Anna y José nos agasajan divinamente primero en Riglos, donde un sendero rodeado de frutales de todo tipo lleva a un gran salón lleno de mesas y cuadros y obras de Pettoruti, Gyula Kosice, Ernesto Ballesteros, entre varios otros. El arte argentino es importantísimo para el proyecto, y lo demuestran con orgullo. Además, entienden que hay algo, o mucho, de arte en la enología: hay momentos para crear, estados mentales para desarrollar una obra o un vino como corresponde, tiempos de mirar para otro lado y volver con la cabeza, los ojos, las papilas renovadas.
En esta estructura de Riglos dedicada a la hospitalidad hay mucho espacio, una cocina inmensa, varios baños, y un lugar separado para hacer reuniones más íntimas, probar vinos en sillones, admirar el viñedo al calor de la salamandra en invierno. La idea es armar, muy en breve, ocho o diez bungalows o eco-lodges para brindar una experiencia de hotelería inmersiva en el viñedo. Un cuarto, un pequeño living, un jacuzzi y la vista a la montaña. Habrá que volver para esa experiencia. Mientras, una picada muy rica y tranquila (comeremos mucho en un rato) y un fresquísimo Quinto Rosé de Pinot Noir 2022, que sale de acá, a metros de donde nos sentamos, porque no hay ningún vino de Riglos que no provenga de este bendito triángulo. Single Vineyard, en Gualtallary, a 1.350 metros sobre el nivel del mar y con la influencia de un clima moderado de montaña. Un agua excelente, la que encontramos embotellada en los supermercados. Hace 25 años acá no había nada. Riglos fue de los pioneros en la zona, y definitivamente no se equivocaron.
Vale mencionar la importancia de las prácticas sostenibles para estas dos marcas hermanadas en el vino: todos los viñedos tienen certificación de sustentabilidad, y se prioriza el buen uso de la energía y los recursos naturales de todas las maneras posibles. Además, realizan numerosas acciones con las comunidades cercanas a las fincas.
La segunda parte de nuestra visita comienza con el trayecto entre Gualtallary y Agrelo, donde se encuentra Huarpe. Acá todo es un poco más verde, hay mucho árbol, un estanque gigante cuyas aguas con el viento se agitan y dan sensación de arroyo. También está la bodega, que visitaremos luego. Una arquitectura diferente a la de Riglos envuelve y sostiene otro gran salón de reuniones, oficinas varias, una tienda y una espaciosa galería. Una parrilla humea y trae el aroma del asado que nos estamos por mandar, y antes admiramos nuevamente distintas obras de arte y las muchas etiquetas que la bodega tuvo a lo largo de los años. “La gran diferencia de Huarpe con respecto a Riglos es que tiene un concepto de apelaciones. No hay varietales en la alta gama de Huarpe; son todos cortes. Hay varias líneas que representan diferentes terroirs, búsquedas, curiosidades de enólogos y técnicos.
Hablar de cada uno de los vinos extendería demasiado esta nota que ya me está quedando un poco larga, pero sí vale destacar la importancia de plasmar la filosofía de la bodega en cada etiqueta. Son vinos que hablan de los cinco elementos (los conocidos, pero también el de la influencia del hombre sobre la naturaleza), de tradición, de innovación y de la cultura huarpe, por supuesto. Cada diseño tiene un significado, un mensaje que aporta sentido al contenido. Las paredes están regadas de diplomas y certificados. Los vinos de Huarpe y Riglos han ganado numerosos premios, y las cucardas de Tim Atkin aparecen una y otra vez entre los cuadros. No por nada los productos de Huarpe-Riglos son reconocidos a nivel internacional y llegan a más de 20 países en los cinco continentes.
El asado, pues, magnífico, acompañado por los vinos y presentados por un buen espumante, el Zamia, cuyo nombre significa “lluvia” en lengua Huarpe y representa la alegría y el festejo de que caigan gotas del cielo en una zona tan naturalmente desértica como esta.
Un recorrido por la bodega concluye la visita. En estos temas hago agua, admito, o repito sin saber, pero todo me resulta interesante, y se nota la vocación en cada parte del proceso. Como curiosidad, un pequeño cuadro de uvas se ubica a la entrada de los galpones y su altura me llega apenas a la cintura. Está pensado para el turismo, para que uno entienda cómo se ve el viñedo desde arriba.
No podríamos haber pedido mejores anfitriones que José y Anna, quienes siempre están encantados en recibir visitas en las bodegas. Pronto, como ya dije antes, habrá hospedaje. Y se me ocurren pocas maneras de descansar mejor que con estos paisajes en los ojos y copas con estos vinos en las manos.
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RIGLOS WINES
@rigloswines
RP15 Km 32, Agrelo, Mendoza
0261 507-2002
HUARPE WINES
@huarpewines
RP15 KM 32, Agrelo, Mendoza
Tel: (0261) 15-507-2002
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