La Cabrona, o una gran razón para volver a Bariloche una vez por estación

Después de conocer uno de los foodtrucks que Julieta Caruso tiene junto con su hermana Valentina y su socia Lucía List en el cerro Catedral, volvimos para encontrarnos con una propuesta nueva y veraniega que lleva el concepto de la cocina relajada y honesta a un menú de pasos imperdible a orillas del lago.



texto y fotos MÁXIMO PEREYRA IRAOLA
@maximopi



En septiembre viajé a Bariloche. Poquitos días, en pareja, como para ver un poco de nieve, conocer lugares nuevos y comer rico. Visité varios lugares, y dos de ellos se destacaron: tuve una experiencia particularmente memorable en Quetro y luego, en el cerro Catedral, probé maravillas al pasar por el foodtruck de La Cabrona, uno de los dos que tienen Julieta Caruso, su hermana Valentina y la socia de ambas, Lucía List, en Bariloche. Probé sándwiches espectaculares, sobre todo uno de provoleta que me encantó; unos falafels inolvidables, un chutney que seguramente vuelva a mencionar luego y unos snickers y marrocs caseros que felizmente sobrevivieron al viaje de regreso a Buenos Aires (era mucho, y nos dieron para llevar).



Ahora, en verano, decidí volver a Bariloche. Me había quedado con ganas de más, y en primavera varias personas habían insistido en que había que conocer la ciudad y alrededores al menos una vez en cada estación. Organizamos para ir con amigos, por lo que el itinerario iba a ser más relajado; nada de recorridos gastronómicos, nada de notas, nada de fotos de trabajo. Vacaciones. Sin embargo, hice una excepción: quería una segunda vuelta de La Cabrona, esta vez por el foodtruck que no había conocido la vez anterior, el de Bustillo Km 2. Mi idea era pasar un viernes y probar los famosos baozis de los que me había hablado Valentina Caruso en septiembre.


Con el mejor timing del mundo, al hablar con Julieta, un día después de llegar, me invitó a conocer el espacio que habían armado con La Cabrona en Cirse, un camping del que ya había oído hablar, y por el que el verano anterior, si no me equivoco, habían pasado Martín Erkekdjian y Constanza Rossi, de Quetro. La propuesta de Cirse está de jueves a domingos, así que quedamos en ir el jueves siguiente.



El lugar es divino. Un gran camping sobre la laguna, con bosquecito, botecitos, montañita, lucecitas. Después de entrar y estacionar, pasamos caminando por al lado del espacio destinado a carpas, y aunque las carpas y la vida de camping no son lo mío, el lugar casi logró tentarme. Una casa grande, donde asumo que están las oficinas y algún salón o algo así, damos la vuelta y tenemos la laguna de frente, antecedida por una gran carpa blanca llena de gente sentada y comiendo y pasándola bien. Alrededor hay varios foodtrucks, más mesas y livingcitos, y dan ganas de sentarse donde sea, ya.


Seguimos de largo porque nuestro destino está un poco más allá, más cerca del agua, en un lugar que ya nos adelantaron que sería privilegiado. Aparece la cabra de la cabrona y veo un deck con algunas pocas mesas, sillas, sillones, una barra, chicas que van de acá para allá en una cocina al aire libre, y detrás de las brasas, entre pilas de leña, la gran Caruso.



Nos recibe primero Valentina (Juli se va a acercar en un ratito), quien nos cuenta un poco cómo es la cosa. El menú es fijo, son varios pasos, y hay que reservar antes de ir. La onda de los pasos no es muy la onda de La Cabrona, así que tuvieron que adaptarse y fue un poco raro, pero lo cierto es que la sofisticación de la propuesta no cancela en ningún sentido la onda cancherísima que caracteriza desde hace más de dos años al foodtruck.



La atención es magnífica. Familiar porque es… familiar, básicamente. Como ir a visitar amigos. Lo primero que probamos es una cerveza Las Brewsisters; se trata de un emprendimiento artesanal hecho por mujeres en Bariloche. Valentina cuenta que son chicas muy grosas, del Conicet, que saben lo que hacen y tienen un respeto por el producto impresionante. La cerveza es efectivamente riquísima, y va como piña con la entrada triunfal: los famosos baozis de hongos, panes cocidos al vapor y tostados rellenos de hongos, brócoli y cebolla, y acompañados por una salsa de sésamo impecable. Una bomba.



Nos tomamos la cerveza con calma, pero al ratito ya tenemos las copas servidas con el primer vino, un Sauvignon Blanc de Bodega Las Perdices que pareciera haber sido elaborado especialmente para este lugar y este menú. Llegan unas bruschettas de masa madre con trucha curada de un color inexplicable, ricotta ahumada (cortesía de Mauricio Couly) flores de saúco e hinojos crocantes. Bueno, las bruschettas son una locura.



Viene Juli, hablamos un rato. Están tan fascinadas con el lugar como nosotros; nos cuentan que solía ser un camping como cualquier otro, del tipo de lugar destinado a campamentos de boy scouts, hasta que hace un tiempo lo levantaron y lo aprovecharon al máximo, generando una nueva opción en Bariloche que ofrece comida de calidad sin alterar el medio ambiente. ¿Ya hablamos de la vista, no? En fin, mientras tanto va trayendo el repollo a la chapa, servido con un cremoso de garbanzos, palta, pickle de cebolla morada y hierbas de la huerta, y un pan parata, delicia de India a la que le dan una vuelta con algunas hierbitas. Qué noble el repollo.



De repente se acerca Paz. Paz es la huertista (se nos ocurren pocas cosas más lindas que poder decir “soy huertista”, y ella tiene esa suerte) y quiere invitarnos con un plato especial, un bonus que no aparece en la carta: remolachas de la huerta agroecológica de La Cabrona, bien crujientes para que se sienta mejor el sabor, servidas con hojas de la propia remolacha y queso Sangre Azul, un blend de queso de cabra y queso de vaca que hace Couly y que es demoledor. Viva la remolacha.



Sé que en la foto no se nota, pero el siguiente paso consistía en langostinos tostados con tomates de estación, albahaca, hojas de mostaza, huevo y pan de leche casero. Se ven los tomates, pero no tanto los langostinos, que estaban abajo. Sepan disculpar: los tomates de por sí estaban increíbles, y para cuando llegamos a los langostinos el sabor y el disfrute eran mucho más importantes que la cámara. Cosas que pasan. El pan, ya que estamos, también es muy rico; es el mismo con el que hacen las hamburguesas que probamos en septiembre.



Otro vino. Marcha un delicioso Capitana Reserva Malbec para la segunda parte del menú, que nos está dominando (no fuimos preparados, estuvimos comiendo todo el día) y que, dice Juli, solía ser más largo. “Hicimos una prueba con un par de amigos y nos pedían basta, porque era demasiado. Sacamos dos platos: teníamos un chipá con chutney de tomate, y también teníamos un plato vegetariano con chauchas, yogur y un par de cosas más”, cuenta la cocinera. El chutney… yo sueño con ese chutney. Se lo dije. “¿Cómo no me dijiste? Te traía una bolsa para que te llevaras”, respondió. Me quise morir.


Fainá con salchicha parrillera, mayonesa de ajos confitados, hierbas y pickles de zanahoria. Palabras mayores. Un montón. Por favor vayan si andan por Bariloche en estos días, pero tengan el buen tino de comer livianito durante el día. Si son cuatro, mucho mejor. Lleguen temprano, a las ocho, cuando piden que lleguen, así comen con tiempo.



Después, y nos prometen que es el último paso salado, llega el vacío marinado. Viene con una ensalada de hierbas y hojas, otra de nabos de la huerta con cilantro, sal, pimienta y aceite de oliva como para refrescar (y cumple con el objetivo), y aparte una mayonesa casera y una mostaza Brennan. Nos encantó y fue muy bien con el vino.



Podría hacer una nota aparte sobre el postre. No sé si sería una nota buena o muy entretenida, pero al menos sentiría que le hago justicia. Simplísimo: duraznos, néctar de saúco, frambuesas y Mascarpone. Juli dice que le explota la casa de frambuesas; tiene tantas y a veces hay tan poco tiempo de salir a cosecharlas, que congela y en ocasiones termina robándole a su pareja para poder llevarlas a La Cabrona, prometiendo reponerlas más tarde. Como sea, este postre fue pura magia y podría haber seguido comiendo eso toda la noche. Para acompañar, sidra de pera de Pulku, gran compañía y otro emprendimiento patagónico liderado por mujeres. Curiosamente, aunque se elaboran cerca de Bariloche, en Neuquén, las chicas de La Cabrona fueron las primeras en lograr tener las sidras de Pulku en la ciudad, porque la logística en este paraíso de montañas, lagos y nieve es más bien complicada.



La gastronomía barilochense está cada vez mejor, y así como van surgiendo buenos restaurantes en todas sus latitudes, también hay un boom del foodtruck y los espacios al aire libre que le inyectan frescura a la ciudad y convocan (y crean) nuevos públicos. “A Bariloche le re faltaba esto, lo necesitaba”, dice Valentina. El foodtruck, además de tener ventajas en cuanto a la infraestructura y las posibilidades de innovar cartas con pocos productos, relaja el tema de comer, le quita solemnidad a la cosa sin por eso sacrificar calidad”, dice Valentina.



Unos obligatorios marroc de la casa y nos vamos, no sin antes sacar algunas fotos del equipo y prometer recomendarle la experiencia a todo el mundo. Ya lo vengo haciendo, este es un paso más público nomás. Van a estar durante la temporada, seguramente hasta fines de marzo o principios de abril. Hagan, visiten, prueben, recomienden, y siempre que vayan a Bariloche averigüen por dónde y en qué anda La Cabrona.



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LA CABRONA

Av. Bustillo km 2 (todo el año)

Cerro Catedral (temporada de invierno)

Cirse Club del Lago - Av. Bustillo 14500, Bariloche (temporada de verano)

 

+294 481-7644 / 496-5618

@lacabronafoodtruck

@cirse_clubdelago





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