Fetiches y TALISMANES
2015-11-10Llega por fin lo que muchos de ustedes esperaban: la crítica a un delivery “virtual”. Se trata de Trifl, una moderna y eficaz aplicación a través de la cual los estómagos de Retiro y Palermo podrán exclamar a viva voz: “¡panza llena, corazón contento!”.
Hasta la aparición de la agricultura, hace más o menos
10.000 años, los humanos habitábamos un mundo en el que la magia y el ritual
eran partes importantes del modo de alimentación. Durante 90 milenios, nuestra
especie fue cazadora-recolectora, morfando lo que la providencia ofrecía. El
mundo era abundante y aprendimos a hablarle con curiosos símbolos: danzas
sacrificadas, deseos desapegados, cuevas pintadas, lanzas mágicas, agradecidas
ofrendas, pulsantes tambores, fogatas purificantes, trances embriagados,
íntimos rezos y visualizadas intenciones. Se formó en nuestra conciencia un
nexo perenne entre el símbolo y la cosa, entre el deseo y su manifestación en
la realidad. El talismán, vínculo entre ambos, marcaba la diferencia entre el
hambre y el bisonte asándose lento y jugoso sobre el fuego.
Hay quienes sostienen que la humanidad futura habrá
evolucionado hasta poder manifestar instantáneamente en el mundo de los átomos
lo que forme como símbolo en su conciencia. Mientras tanto, seguimos usando
fetiches. El que guardo en el bolsillo opera una magia poderosa. Cuando tengo
hambre hago que mi talismán emita luz, deslizo un dedo sobre ese fulgor y al
tiempo aparece ante mí un plato de comida. Mi fe en este proceso es no menos inquebrantable
que la del chamán pintor de bisontes en Altamira o Lascaux.
En eso pensaba cuando pedía el almuerzo desde una oficina en
un piso alto del centro de Buenos Aires. Trifl (gettrifl. com) es una app que
promete enviarnos comestibles ricos y simples sin siquiera hablar por teléfono.
Cambian las tres opciones de menú todos los días y por ahora entregan sólo en
Retiro y Palermo.
Es martes al mediodía, la pantallita me dice que hoy Trifl
entrega: a) focaccia de pollo, queso y vegetales; b) guiso de carne y verduras
con arroz aromático; c) fettuccinis con crema de hongos. Pulso la opción “a”,
agrego una Villa con gas y voy –persisten, curiosamente, analogías antiguas en
el mundo virtual– al carrito de compras. ¡Sorpresa! Por tratarse de mi primer
pedido me hacen suculento descuento. Agrego dirección, celular y elijo una
brecha horaria de treinta minutos en la que quiero recibir el pedido. De 13:30
a 14, por favor. A las 13:45 clavadas suena el timbre. Amable motoquero me
entrega bolsa de papel Kraft. En una bandeja muy prolija y eficiente está la
focaccia. Primera impresión: apetitosa, grande, color dorado teñido del
azabache de las aceitunas negras que durmieron en el horno y quedaron atrapadas
en la masa. En un compartimento secundario de la bandeja hay ensaladita de
rúcula y parmesano. Además, dos potecitos circulares: en el primero una salsa
(¿o aliño para la ensalada?) y, en el otro... ¡segundo estupor!, seis rodajas
de banana con dulce de leche. Listo, esta gente me cayó diez puntos. Se
acordaron, de onda, de mi postre favorito.
Resuelvo el misterio del primer recipiente agregando directo
al chegusán ensaladita y aliño, que resulta ser una salsa agridulce de textura
amelazada. Mordisco. ¡Muy buen sabor! El pollo radiante, cortado en daditos.
Morrones rojos y amarillos, cebollas y zanahorias dulzonas hechas al horno. Las
zanahorias, sutil hallazgo, están menos cocidas que las otras verduras y han
quedado suaves, pero todavía un poco crocantes, aportando textura al conjunto.
El queso fundido abrazándolo todo y tenemos un manjar entre dos panes. Delicia
simple, honesta, sin pretensiones, que llega caliente, a tiempo y por un precio
muy razonable. Al cierre de esta edición –¡ah, usar ese lugar común y que sea
cierto!–, cualquiera de los tres platos del día costaban $ 65. En el primer
pedido, el monto desciende a $ 30. Un claro caso de valor superior al precio.
Me interesó el caso de Trifl más allá de lo alimenticio. Un
proveedor de comida que sólo opera online. Un delivery que prescinde del
restaurant o local que lo avale. Un salón comedor grande como las zonas de
entrega en el que el maître está detrás de una laptop y un sistema bien pensado
y ejecutado. Parecería tratarse del emprendimiento de dos amigos, uno cocinero
y el otro geek de las redes y los aparatitos. El sitio está bien diseñado, con
buenas fotos de los platos y algunos chistes visuales (al terminar mi pedido,
un gif animado de una vieja haciendo scratch con un belgian waffle sobre una
bandeja de vinilos). La interfaz y el proceso del pedido son amigables y están
bien pensados. El sistema funciona sin bugs. Un SMS notifica que el pedido está
en camino. Entre los datos de entrega han incluido la posibilidad de hacer
sugerencias extraordinarias del tipo: “toque el timbre tres veces”, “es al fondo
del pasillo amenazante” o tal vez “guarda con el cusquito que muerde”. Percibo
inteligencia detrás de la propuesta. Excelente opción para morfar en el laburo
sin sacar los dedos de la pantallita.
Ahora practicaré otro ritual, omitiendo el fulgor mágico. Dibujaré
un bisonte y el mundo será magnánimo y fecundo, generoso en sus regalos y
sorpresas. Mi fetiche es de colores y se llama Caran D’Ache.