Diarios de cuarentena: La culpa la tiene la cebolla

En esta columna, la periodista Marcela Korzeniewski le canta (y le llora) alabanzas a la cocina, entretenimiento supremo en el encierro pandémico. Verduras, música y madrugadas de hornos y mesadas, además de un poco de ejercicio, porque una cosa no quita la otra.

por MARCELA KORZENIEWSKI

Siempre lloré picando cebollas, pero nunca imaginé que alguna vez lloraría por tener que lavarlas. Sí, en esta cuarentena debuté sumergiendo las cebollas en un bowl con agua y unas gotas de lavandina antes de esperar que se sequen para poder guardarlas en la alacena. Todo un ritual. También me encontré debatiéndome entre lavar o no las papas y las batatas, cosa que finalmente descarté y postergué hasta el momento de usarlas para que no se humedecieran, muy aliviada en el fondo porque significaba menos trabajo.

Claro que también hubo cosas positivas. Probé por primera vez una granada, que me vino en un bolsón de frutas y verduras orgánicas y que no sabía ni cómo se comía. Aprendí que se comen sus semillas, que aplastando con un mortero y después colando dan un jugo exquisito y súper nutritivo. Y me enganché con un video online de cocina rusa donde enseñaban a hacer kulibiak, una especie de empanada gigante rellena que reproduje –y degusté– al día siguiente. La familia, agradecida.

Y sí, durante el encierro la cocina se transformó en mi refugio (y eso que es un pasillo alargado donde no entra ni una silla para sentarse). Cuando cae la tarde, y una vez que termino mi trabajo, me llevo el celular y el parlantito, conecto Spotify y corto las verduras al ritmo de Los Redondos o David Bowie. ¡Los acordes de Motor Psico son ideales para rallar la zanahoria! Y si algún lagrimón sale al escuchar “The Man who Sold the World”, la culpa la tiene la cebolla.

Comer rico es siempre un buen plan que hay que agradecer cuando se tiene esa posibilidad. Y es prácticamente el único súper plan durante el encierro, así que me lo tomé en serio. Hice cuadrados de coco y dulce de leche, tarta de ricota y dulce de leche, crumble de manzanas vegano, pizza estilo romana, amasé sorrentinos rellenos de calabaza, ñoquis, hice pan lactal de molde, horneé budines integrales a las 2 de la madrugada, y hasta me anoté en un curso online de masa madre.

Pero todo eso tiene consecuencias… Así que desde hace unos días me acompañan un bidón de 6 litros, un palo de escoba y dos botellitas rellenas de arena en mi entrenamiento diario. Mientras la tarta se cocina en el horno, salto en el living como una loca, marcando el ritmo del ejercicio según vaya sonando el timer de la cocina. Y entre que voy y vengo, de vez en cuando espío por la ventana de un noveno piso la calle casi vacía de un barrio normalmente repleto de gente, esperando que todo esto termine de una vez por todas.



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