Morir-se De Amor: vinos con sentido en el Valle de Uco

Omar Araujo decidió convertir una historia personal en vinos muy distintivos, con un mensaje fuerte, una etiqueta seductora y burbujas malditas. De todo esto y más se trata Morir-se de amor.


por ANA PAULA ARIAS 

@anapaula_sommelier


Los grandes temas de la humanidad siempre rondan en torno a dos o tres tópicos fundamentales. La muerte y el amor quizá sean los más abordados. Omar Araujo habla de ellos, los junta y los equipara en un proyecto vinícola joven que aspira a crecer al calor de estos conceptos profundos y, en apariencia, antagónicos.  



Este proyecto surge de una experiencia personal complicada. ¿Por qué elegiste hacer vino? ¿Qué hay de catártico en el hecho de elaborar vino?

Morir-se de Amor fue fundacional, una bisagra; necesitaba comenzar de nuevo. Supe que salir de esa instancia emocional a la que había llegado dependía solamente de mí. Pensar en un vino fue un desafío inmenso, fue un acto creativo, con una dosis alta de transgresión que con el tiempo se vio reflejada en el concepto y la comunicación. No vengo del mundo del vino, aunque por trabajos anteriores conocía parte de su atmósfera seductora: llevaba unos veinticinco años en proyectos satélites, y después de todo, el vino en Mendoza es cultural. Pensar en vino es pensar en tiempo, y la necesidad de que mantenga el capricho de transcurrir es un proceso de búsqueda y encuentro en el que los aromas, las texturas, los colores y los sabores repercuten en la paleta emocional porque les quita el polvo a los recuerdos. Así es que fue un proyecto visceral desde el inicio; fue escribirle al vino haciendo espejo con lo que sentía y una manera de vaciarme, aunque en el recorrido me llené de otras cosas.


Estabas vinculado al mundo del vino desde antes, entonces.

Sí, mi formación profesional en el campo del turismo me permitió ver de cerca los cambios profundos que tuvo que realizar la industria. El turismo fue en paralelo, creando una nueva oferta para visitantes más exigentes. Hay un abismo inmenso entre las propuestas de fines de los 80 y las de la actualidad, aunque igualmente queda mucho por hacer. Cuando me fui del turismo pasé unos años en una vinoteca, y creo que la experiencia en ese espacio fue definitiva, fue respirar la algarabía que produce el vino en su última etapa, la del consumo. También pasé por una carpintería industrial; éramos proveedores de muchas bodegas, vendíamos pallets y estuches de madera para las botellas. Le debo a mi curiosidad y a mi rebeldía la gestación de este giro. 



¿Cómo fue la búsqueda del estilo que querías imprimirle a tus vinos?

Deseaba un vino con mucha personalidad y carácter; siempre pensé en producciones pequeñas en serio y muy cuidadas. Quería un vino que al momento de beberlo fuera parte del encuentro y se integrara a la reunión como protagonista. Logramos vinos sumamente aromáticos, con volumen en boca, pero fluidos. Es hermoso combinar frescura y complejidad, lograr que el final sea largo, algo para mí indispensable, y vincular los vinos al concepto. Para mí cada vino es diferente, tal como las historias de amor. 


El concepto es muy fuerte. ¿Qué piensan los consumidores? ¿Se enganchan o hay que explicarles más en profundidad lo que querés transmitir?

Adopté una política de diferenciación y decidí no indicar qué tiene que sucederle al consumidor. Morir-se de Amor se apoya en crónicas que nos suceden a todos; trato de contar en primera persona las mías sin perder la dignidad en el recorrido. Vamos o venimos del dolor, es parte del crecimiento y un umbral necesario. No hay mucho que explicar: el espejo es determinante y el proceso es individual. Me metí con dos palabras potentes de las que prácticamente no hablamos, y que unidas son un abanico donde nuestra mirada trágica de las cosas hace el resto,. Nos morimos de amor por las personas que queremos, los viajes, la música, etc.; y también morimos cuando todo eso se termina.


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Quienes desean hacer un vino se dan cuenta rápidamente de que no alcanza solo con la idea y el capital. Llevar una etiqueta a la góndola requiere varios pasos previos, como encontrar productores fiables y terruños que den vinos lo más cercanos posible a lo imaginado. La variedad de alturas y suelos de Mendoza (como en el resto del país), da una oferta de vinos igual de heterogénea. Si para el consumidor eso es abrumador, no lo es menos para el productor. Por eso es clave dar con una geografía, un suelo y un espacio acordes, que sirvan como plataforma para saltar a un siguiente paso. “El equipo enológico sigue siendo el mismo de siempre al día de hoy; poseen un profundo conocimiento del terroir y de mis expectativas, son muy generosos conmigo, y eso facilita muchísimo la experiencia, nos vamos domesticando”, cuenta Omar, y agrega: “Mis conocimientos son muy limitados en el campo enológico, y si bien hago lo posible por aprender desde el inicio, me pone muy orgulloso colocar en la botella solamente el vino que me encanta. Mi aporte es el de un consumidor de vino, y de una manera lúdica ensamblo lo que me deslumbra”. 




¿Qué es lo que más te gusta y lo que menos te gusta de esta industria? 

Me encanta la mejora constante, el desarrollo, los esfuerzos inteligentes con la pasión integrada, la amplitud y permeabilidad que posee, apreciable tanto en sus referentes más inmensos como en los pequeños proyectos emergentes. Me emociona desde la intervención del paisaje y todo lo que sucede en el recorrido. No somos conscientes de que es un trabajo mancomunado de personas que muchas veces no se conocen entre sí para llegar a un resultado; ver el vino en la copa es vibrante. En todos los órdenes de la vida me molesta la injusticia y la hipocresía. 


Contanos un poco acerca del espumoso. ¿Cómo y dónde se hace? 

El espumoso es un Extra Brut. Lo hacemos con uvas provenientes de San José, Tupungato, a 1.350 msnm. Utilizamos 50 % Pinot Noir y 50% Chardonnay y el método es Champenoise con nueve meses de contacto en lías. La partida es pequeña, actualmente no llega a las 2.500 botellas. Conceptualmente aborda la celebración cotidiana como propósito, y las burbujas malditas son consecuencia de mi construcción y del crecimiento de la marca. Al comienzo era imposible pensar en desarrollar un espumoso, y no hablo de inversión de capital. Su etiqueta es sobria y minimalista. Conserva la cruz que remite a la del vino y construye su identidad propia, la que estas burbujas merecían, sin texto. No nos preguntamos tanto por la felicidad y lo lindo que nos pasa. El rojo es la pasión intacta, presente en cada acto.



Las partidas son bastante pequeñas ¿cómo elegís a quienes y en dónde ubicás tus vinos? 

Busco espacios con identidad definida, donde haya cuidado y esmero en la comunicación del vino. Me interesa mucho conversar con las personas que construyen su lugar día a día. Mi producción es pequeña y la venta es directa a restaurantes y vinotecas; el volumen que elaboramos me impide involucrarme con distribuidores, así que generalmente nos encontramos y coincidimos en los propósitos, que no son solo comerciales. Me preocupa mucho el destino final de cada botella, y muchas veces he preferido no vender. 


Decías que antes de elaborar trabajabas en una vinoteca. ¿Qué te aportó, a la hora de hacer vino, haber estado en la parte de ventas al público? 

Me aportó una mirada diferente. Comprender los gustos y preferencias de los clientes es un ejercicio de pluralidad. También me enseñó a descubrir segmentos, y no hablo de nivel de inversión en la compra sino de las motivaciones, los estilos, la búsqueda. Por sobre todas las cosas, me di cuenta de que era una atmósfera maravillosa de encuentro, donde el tiempo se detenía y el vino era protagonista de momentos memorables. 


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Omar no dudó en hacer vinos de corte, vinos de más de una cepa que reflejan el concepto de la marca. El Crónica de una muerte anunciada tinto es un vino honesto, de acidez elegante y fruta generosa, a base de Malbec, con un toque de Cabernet Sauvignon y Merlot. Es un tinto moderno, con madera, pero que no usa la barrica de madera excesiva, por eso es frutado y con cuerpo. El Crónica blanco, por su parte, tiene una base importante de Chardonnay, con toques de Torrontés, Sauvignon Blanc y Viognier. Ambos son muy amables y fieles a su terruño. Un alivio para una industria generalmente concentrada en vinos varietales.

 


¿Qué es lo que va a encontrar el consumidor que bebe por primera vez Morir-se de Amor?

Morir-se es transgresor y busca interpelar. Parece un producto consecuencia del marketing, pero lo cierto es que es absolutamente real, y el consumidor va a encontrarse con un vino que responde a su imagen. Morir-se de Amor es hacer lo que digo y decir lo que pienso; cada añada es diferente porque las historias de amor no se repiten. Buscamos vinos aromáticos, con taninos bien presentes, complejidad y frescura, con volumen, pero fluidos. Con madera bien integrada y un final de boca largo como la estela de los amores rotos. La propuesta es compacta y desafiante; no busco que les guste a todos, pero cuando eso sucede, cierro el círculo y la sensación es muy gratificante. Es un instante de felicidad que fue mi objetivo en el inicio, que mi segunda parte fuera mejor que la primera, y ahí vamos. 


¿Qué se viene de nuevo en la bodega?  

Siempre estoy pensando en nuevas etiquetas. Me encuentro muy absorbido por los assemblage que para mí son consecuencia de mi mirada holística. Lo que viene seguirá representando el mismo espíritu, incorporando terroirs que no utilicé hasta el momento. Me quita el sueño profundizar mi idilio con las burbujas malditas, me parece un océano de sutilezas exquisitas en donde profundizar mis inquietudes.







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