Diarios de pandemia: El bife de Evaristo

En esta nueva columna, Flavia Fernández agarra el teclado después de una búsqueda frustrada y un almuerzo suculento, mientras lamenta escaseces y canta odas a los cocineros y camareros de la ciudad, a quienes (generalmente) se puede acudir en momentos de emergencias culinarias. 


por FLAVIA FERNÁNDEZ
ilustración por MÁXIMO PEREYRA IRAOLA

Hace una semana Buenos Aires se quedó sin ricotta. En el chino de enfrente, nada. En el de su compatriota de Riobamba, tampoco. Epa, me dije. Y fui hasta Carrefour, que generalmente detesto porque son sucios (hablo de la salida de camiones que está enfrente de casa, sobre Ayacucho, y también de las verduras, generalmente flácidas, como desmayadas); en fin, la cosa es que ahí tampoco había ricotta. Ni en sachet ni en frasco.  La historia se estaba poniendo espesa y yo necesitaba, sí o sí, hacer el relleno de mis piquillos.

Agarré Callao derecho y entré a un Express. No había. Tampoco en las fiambrerías, ni en el Vea, otro antro que no visito porque es terriblemente decadente. Hasta que me acordé de mis amigos, los mozos. Nada más adorable, si uno es urbano, que conocer a la tribu de los restaurantes del barrio. Por eso enfilé hasta Babieca, a quienes les hago el aguante desde la cuarentena profunda, comprando tortas de ricotta (¡justo!), pan dulce y todo lo que no me gusta pero adora mi madre. Le pregunté a los muchachos, pero tuve que hablar con el dueño.  ¿No me venderías un poquito de ricotta que ya tengo enfilados los pimientos del piquillo, la yema de huevo, el queso rallado, la crema de leche?, le dije. Y la respuesta fue instantánea, sin culpa. Imposible querida, no te la puedo vender porque la necesito.

Me fui rumiando bajito pero sin demostrar malestar, dispuesta a vengarme ya que estaba segura que la gente de Pertutti me salvaría. Otra vez el mismo discurso, y no. No tenían ricotta suelta sino un preparado con espinaca, la que usan para los canelones. Pero por lo menos me lo dijeron con pena, y me mandaron a Coto.

Para hacerla corta, les cuento que nunca conseguí la ricotta, jamás logré hacer los piquillos pero terminé consolada por Evaristo, el mozo de Buenos Aires Grill, ex futbolista, un galán infinito, que me conoce desde los tiempos del cochecito y los tres críos en la mesa grande. "Nada que no se solucione con un bife y un vinito", me dijo. Y claro, compré el plan, molleja incluída.

Llegué a casa, clavé el Cabernet en el cajón de los hielos y esperé media hora, todo lo que tardó el parrillero en sacar cinco bifes a punto. En el paquete había una tarjetita recortada a mano: ojalá esté todo bien, y que vuelva la ricotta al barrio.




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