Gabriela Celeste: Enología sin maquillajes


Gabriela Celeste es una trabajadora incansable. Se le nota en el temple y en el racconto que hace de sus días, siempre largos y ocupados. Es winemaker de la bodega Piccolo Banfi y también directora de Eno.Rolland, donde brinda asesoramiento vitícola y enológico a distintos proyectos. Charlamos un rato con ella y nos contó acerca de la evolución del vino en los últimos años, el papel de la mujer en la industria y por qué es fanática de los vinos de corte. 

Gabriela Celeste: Enología sin maquillajes


por ANA PAULA ARIAS


A vuelo de pájaro se pueden contar tres cosas de Gabriela Celeste que podrían servirnos para delinear su perfil: no usa WhatsApp, no le gusta perder el tiempo y ama su trabajo. Una cuarta característica tal vez sea que ostenta una formación francesa que marca su visión enológica. Cuando arrancó a estudiar Agronomía en la UNCuyo, no pensaba en dedicarse a los vinos sino al cultivo extensivo, pero después de cursar la materia de enología se decidió por la viticultura, y eso fue el puntapié inicial para todo lo que vino después. Y lo que vino inmediatamente después de su egreso de la facultad fue nada menos que hacer experiencia en una de las bodegas más importantes del país.

Enseguida empezaste a trabajar en Trapiche.
Sí, apenas me recibí. Trapiche contrataba por la temporada de cosecha, y ahí hice tres temporadas. Después de Trapiche, empecé a trabajar en una pequeña bodega familiar porque quería ver otras cosas. En una bodega grande tenés material de primera y estás focalizado en un solo tema; yo estaba focalizada en los vinos premium, pero quería ver otras cosas: comercio exterior, bodega, el viñedo. Y en una gran estructura como Trapiche no podía hacerlo, entonces me fui a una bodeguita muy chiquitita. En Trapiche estaban todos los recursos para hacer todo como uno quisiera y en la bodega más chiquita no había recursos, una tenía que ingeniárselas. Pude ver la parte operativa de la bodega, la logística, el racionamiento… había que estar atenta a todos los temas.

¿Querías tener un conocimiento más general?
Lo que pasaba era que a mí me gustaba mucho la parte de viñedo, pero en Trapiche no me permitían estar tanto ahí porque tenía que estar abocada al trabajo para el que me habían contratado, que era la parte de bodega. Cuando me recibí fue una decisión entrar a una bodega grande porque yo quería aprender y quería formarme. Pensaba que en una bodega grande iba a ver todo y cuando estuve vi con detalle solo mi área y no el resto, que era lo que yo me imaginaba.

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Era mediados de la década de los 90 y la viticultura en Argentina era muy distinta a la de hoy. Por un lado, se vivía un cambio radical que tenía que ver con el estilo de nuestros vinos, la discriminación de terruños y la nueva posibilidad de ser competitivos en el mundo. Por el otro, las empresas se mantenían fiel a la idea de contar casi en su totalidad con trabajadores hombres. “Al principio, lo que pasaba cuando buscaba trabajo era que, como era una viticultura mucho más cerrada, preferían hombres para ocupar los puestos que se proponían. Después de mucho insistir logré que me tomaran, con mucho sacrificio obviamente, porque tuve que acceder a que me pagaran un sueldo menor, pero bueno, el objetivo era hacer experiencia”, cuenta Gabriela.

¿Sentís que la cosa cambió ahora con respecto a las mujeres en la viticultura?
Sí, ha cambiado mucho. A ver, habrá todavía estructuras con la mirada antigua, pero yo pienso que ha cambiado. Nadie te va a decir en la cara como me dijeron a mí: “mire, la verdad que su perfil coincide con lo que estamos buscando, pero hubiéramos preferido a un varón para este puesto”. Yo pienso que hoy hay muchas oportunidades para las chicas. No digo que en ese momento no había, lo que pasaba es que por ahí desistías y no buscabas otras oportunidades. Eran otros tiempos, estamos hablando de 1996.

Otra sociedad y otra manera de hacer vino también.
Sí, era plena década de los 90 y el cambio tenía que ver con empezar a hacer nuestros vinos con perfil internacional; ahí fue cuando empezaron a llegar los asesores franceses o norteamericanos, como Michel Rolland. Nuestros vinos se consumían en el mercado interno y nadie se preguntaba demasiado qué había que hacer para exportar. En esa década, además de la presencia de asesores externos, ayudó también el tema de la convertibilidad, porque era relativamente barato equiparse de tecnología. Eso cambió vertiginosamente el perfil de nuestros vinos.

¿Ese cambio lo viviste cuando estabas en Trapiche?
Sí, empezaron a usarse barricas en lugar de los toneles antiguos, a trabajarse los vinos con otro cuidado… empezó el tema de interiorizarse más en el viñedo, también, porque antes lo que hacían las bodegas era recibir la uva, y la decisión de la cosecha la tomaba el llamado jefe de campo, el Ingeniero Agrónomo, que no tenía necesariamente una visión enológica, sino que cosechaba cuando la uva tenía el azúcar suficiente. La bodega recibía las uvas a medida que las iban cosechando, no se elegían suelos, ni terrenos, ni parcelas. Se iba cosechando y haciendo vino en un proceso más uniforme, sin buscar las diferencias que hoy se buscan: diferencias de terroir, de suelos, de madurez y de zonas.

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A fines de la década de los 90, Gabriela fundó junto con Michel Rolland la consultora vitícola Eno.Rolland; iba a pasar un buen tiempo hasta que, en 2010, Gabriela se sumara como winemaker a la bodega Piccolo Banfi, un proyecto joven que empezaba a hacerse un lugar en la exclusiva zona de Luján de Cuyo. “Ese año hicimos el Gran Corte, que se elaboraba en otra bodega porque no teníamos todavía una propia. En ese momento empecé a trabajar con Diego Banfi para armar los primeros vinos que salieron, y el primero de todos fue un Gran Corte”.

¿Por esa época sale Cónclave, el vino del Papa?
Sí, el vino del Papa fue cosecha 2010, pero pasó tiempo en barrica y en botella. Cuando salió electo Francisco, la marca ya había sido registrada por Diego Banfi y familia, antes de saber que tendríamos un Papa argentino: les había gustado la palabra Cónclave y la registraron. Cuando se dio todo esto, se aprovechó y salió con ese nombre.

¿Y le llegó alguna botella al Papa de ese vino?
Llegó. Yo sé que Diego, con su esposa Flavia y sus hijos, viajaron y tuvieron una audiencia con el Papa, y en esa audiencia le entregaron una botella de Cónclave dedicada a él. Sé que el Papa la recibió y dijo: “ahora van a pensar que soy curda”, con mucho humor.

¿En todos estos años de trabajo, fuiste cambiando tu modo de hacer vino, o conservaste una misma visión?
La visión siempre fue la misma; fui aggiornando mi gusto en base a la experiencia y a probar los vinos, pero la visión se mantuvo: hay que hacer lo mejor posible. Yo aprendí del maestro Michel Rolland, me formé en la escuela francesa y me gustan los vinos genuinos. Por ejemplo, si tiene madera que sea de barrica, si no que no tenga. Si un vino no necesita ningún maquillaje porque es un vino de alta gama, bueno, no hay que agregarle nada; llamo maquillaje a un cierto tipo de aditivos permitidos, por supuesto, y que se usan normalmente para redondear, pero si el vino por sí solo está bien, sin aditivos, sin ningún maquillaje, me gusta presentarlo así. Minimalismo en el tratamiento, pero que la materia prima sea de primerísima calidad, con trabajo, con selección, con todo eso que viene detrás que permite hacer un vino sin maquillaje. Otra cosa que aprendimos estos años es que no tenemos que estar tan al límite de la sobremadurez, sino que tenemos que anticiparnos. El Malbec mendocino nos da esa oportunidad. Digamos que fui puliendo sobre la misma base, me fui adaptando a medida que transcurrió el tiempo.

Hablando de la calidad del vino, me quería detener en la zona de Luján de Cuyo. ¿Por qué pensás que sus vinos se mantienen tan vigentes?
Porque es un clásico y es una zona elegida por la gente que plantó las primeras viñas. La zona de Luján de Cuyo y Maipú es conocida como Primera Zona, haciendo referencia a que fue la primera zona para la viticultura. Cuando vinieron los inmigrantes encontraron en esta región la zona más apta para la producción de vinos, y allí plantaron vides. Hoy hay tecnología para solucionar los temas climáticos, pero en ese momento las condiciones eran ideales y por eso plantaron allí. Sigue vigente por las mismas razones, porque es una zona propicia y muy apta para la viticultura y que, con el correr de los años, ha seguido siéndolo. Hoy por hoy se descubren nuevos terrenos, pero no por eso las zonas clásicas pierden su vigencia; Luján se aggiornó. Se trata de preservar en los vinos lo que da el terruño del lugar, y eso yo lo encuentro sumamente interesante.

¿En qué zona se emplazan los viñedos de Piccolo Banfi?
Agrelo, que es una zona que tiene un microclima particular, de noches muy frías –a veces incluso más frías que las del Valle de Uco– y días cálidos y soleados. Los suelos son más arcillosos y más pesados que los de Uco, que tienen, en general, más partículas finas. Todo eso les da a los vinos distintas características, y eso es lo interesante de la zona, porque a pesar de que ha pasado el tiempo sigue dando uvas de calidad.

¿Cómo estuvo esta cosecha?
Estuvo buenísima. Buena calidad, buena concentración y madurez, fue un año muy lindo a nivel vitícola y enológico, se dio muy bien. Ya veníamos de buenos años, las añadas 2018 y 2019 dicen que fueron muy buenas también. Las uvas maduraron desde antes.

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El mercado argentino, a diferencia de otros países, está copado por vinos varietales (hechos con al menos un 85% de una misma cepa). Sin embargo, el concepto va cambiando, con bodegas que apuestan a elaborar vinos de corte (de más de una cepa) y que suelen ser más complejos. El entusiasmo de los enólogos curiosos, que buscan en esa alquimia del blendeo un producto más interesante, choca con la costumbre argentina de buscar vinos un poco más planos y fáciles de entender. “A mí me entusiasman mucho más los vinos de corte que los varietales, sin dudas. Y te digo más, yo cuando hago vinos varietales hago varietales de corte también. Normalmente no hago single vineyards, me gusta mezclar Malbec de Luján de Cuyo con Malbec de Maipú, por ejemplo. Y si estamos en Valle de Uco, me gusta mezclar Vista Flores con San Carlos o Gualtallary”, apunta Gabriela y agrega: “para mí, el corte potencia a cada uno de los componentes. Me gusta esa magia que es unir lo mejor de cada cepa y lograr un producto final que sea superior a cada una por separado”.

¿Y por qué pensás que la gente se engancha más con el varietal que con el corte?
Porque es más fácil. A la gente no le gusta lo que no conoce, y cuando toma un blend no sabe lo que están tomando. En cambio, si vos le servís un Malbec… mal que mal la gente hoy conoce las variedades, entonces tal vez para no pasar vergüenza eligen lo más sencillo, pero no sé si realmente es lo que más les gusta. Quizás es lo que más identifican, y cuando uno identifica algo lo adopta para sí. Los varietales son más fáciles y por eso algunos los prefieren, pero cuando empezás a pensar el vino como un todo, la cosa cambia. El consumidor se cansa también de siempre lo mismo, y con el blend tenés más posibilidades de variar de producto.

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