Tiempo de libertad

crónicas de una anti-snob

Tal vez porque ya se huele a verano. Departamento luminoso sobre Carlos Pellegrini, vistas al Obelisco y explosiones de jacarandá en flor. Yo, muy chica, sentada en un sillón blanco, grabador en mano. Ella, enorme y bella, cantando sin que uno se lo pida.

Sí, Mercedes Sosa me embriagó en su living. Con su voz, su mirada china y una ternura única. Me impresionó, además, el perfume de rosas, la piel india bien nutrida y el pelo brillante como un espejo. Llevaba un pañuelo de seda en el cuello, apenas anudado. Me dijo: “Es Hermès, los elijo en París. Es lo único que me da ilusión comprar. Algunos me critican porque se supone que ser de izquierda inhabilita la posibilidad de apreciar lo bello. Pero yo trabajo mucho y creo que me lo merezco”.

La tarde mutó en tardecita y llegaron las empanadas caseras. “¡Las manos de mi madre!”, exclamó, haciendo reverencias ante esa mujer chiquita, pero fuerte como un roble, que la crió lavando ropa ajena, “friendo empanadas y muchas veces sacándoselas de su boca para alimentar a sus críos”. Nada dramático, todo festivo. La Negra celebraba el instante, hablaba del pasado con orgullo, daba lecciones de libertad y sorprendía compulsivamente. Lo digo por experiencia. La verdad, no sé cómo terminé en su guardarropas. Me mostró ponchos y, mientras cantaba “La flor de la canela”, irrumpió con una túnica que había pertenecido a Chabuca Granda. Esa noche tomé vino por primera vez.

Pasó el tiempo y nunca, pero nunca, pude verla y contener las lágrimas de tanta emoción. La entrevisté otras veces. Tuve el enorme privilegio de asistir a las presentaciones privadas de sus nuevos discos; en algún momento me aconsejó no casarme, me ordenó que no usara zapatos puntudos porque arruinan los pies, me confesó el secreto de su perfume de rosas...

Ya en cuisine&vins, varios años después, se me ocurrió festejar nuestro aniversario homenajeándola. Hicimos una tapa en el Four Seasons y una fiesta alucinante. Si bien caminaba poco, no se le notaba. Llevaba puesta la túnica rosa de Chabuca y un rouge a tono. Estaba feliz, rodeada de sus músicos adorados, la asistente, su amado Fabián. De pronto, aluvión de periodistas, flashes y el miedo a que la empujen. No hubo que protegerla. Su voz, como siempre, lo hizo todo. Cantó a capella y nadie se movió. Como un llamado de la selva, como un ritual chamánico, famosos y anónimos la rodearon. Por suerte había una copa cerca: de otra manera no habría podido soportar tanta belleza..


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