Purity: cocina, mar y calma

Quienes vivimos con parte del corazón en Uruguay sabemos que la vida al otro lado del río poco tiene que ver con el frenesí de gastronomía, moda, eventos y socialización extrema de los veranos en Punta del Este: Maldonado es también, como el resto de Uruguay, la historia y la realidad de sus personas, sus productos, sus lugares y su calma oriental.



por MÁXIMO PEREYRA IRAOLA

Hace no mucho pudimos ver Purity, una pequeña película en la que el director Alfred Oliveri retrata cuatro días en la vida del cocinero* Juan Peralta Ramos mientras recorre la zona, visita a lugareños, sale a pescar, entra en tiendas y mercados, cocina un pescado monumental en su casa/restaurante de una mesa y participa de un ritual lleno de ritmos, entre varias otras cosas que forman parte de una rutina que no es rutina, porque él es un artista que no es artista, un iluminador que no es iluminador, un arquitecto que no es arquitecto, un cocinero que (va el asterisco)

*No es cocinero.

Juan dice esto, de hecho, en el film: "Me jacto de no ser cocinero. (...) El momento en el que te reducís a la sartén, el fuego y el punto del huevo, estás pasando por alto lo más lindo, todo lo que convive con eso". Entre tanta convivencia y momento suena de fondo la versión que hizo en piano Luciano Supervielle de "La edad del cielo", de Drexler, que habla, aunque las palabras ahora no estén, de lo chiquitos que somos, de lo grande que es todo lo demás y de la calma como el salvavidas que nos salva de ahogarnos.




Purity, que fue galardonada con el premio Biznaga de Plata en el segmento Cinema Cocina del Festival de Cine de Málaga, es justamente un ensayo sobre la calma. Un mar de imagen y sonido tranquilo, muy sensorial, que le dedica a cada cosa el tiempo que haga falta, sin correr y sin mover la cámara más de lo necesario. Dice Juan: "La película es el retrato de alguien que elige vivir una vida que es fiel a sus convicciones. Registrar las ceremonias, las conversaciones, hacer una toma donde la cámara no se apaga y son cinco minutos de un desayuno en pijama, con una mujer, conversando, moliendo pimienta... son todas cosas que nunca tenemos tiempo de hacer en el mundo de hoy [el film transcurre en tiempos pre COVID-19], donde todos corremos. Purity propone que no nos olvidemos de apreciar los olores, de vivir, de tomarnos el tiempo, porque después ya es tarde; no hay que olvidarse de vivir".

Lo cierto es que, aunque se jacte de no ser cocinero, la cámara de Oliveri (y la visión de la productora House of Chef) siempre vuelve a las manos de Juan cocinando, manipulando pescados, frutas, verduras, productos. Hay una gracia y un baile en la forma en la que prende las brasas, echa chorros de aceite, revuelve cosas en bowls. La comida es un componente más de la naturaleza y el ecosistema general de Maldonado y Uruguay, pero no por eso es menos importante, y en algunos momentos Purity casi deja saborearla.

Juan Peralta Ramos tiene 35 años y dejó el ajetreo porteño para instalarse en Uruguay hace cuatro. Allá se compró un terreno, dibujó una casa y la hizo, siempre resolutivo y autosuficiente. La película de la que hablamos hoy no es su primera incursión en lo audiovisual: ya había hecho antes una serie documental sobre sus viajes por el continente, en los que cazaba, pescaba y recolectaba historias de distintos productores. De compartir el resultado con Alfred nació, si no el proyecto, al menos la idea de tener una idea y hacer algo al respecto. Antes de que nada pasara, claro, necesitaban conocerse, porque Juan no se sube a ningún bote sin haber compartido un buen tiempo con quien lleva el otro remo. "Vivimos un mes juntos en mi casa, que también es el restaurante de una mesa donde sirvo todas las noches lo que encuentro en el mercado o en el mar", dice. "En esa mesa para 25 o 30 personas tuvimos con Alfredo una comida tras otra, con muchas conversaciones de por medio; un día no bastó más que prender la cámara y seguirme".


Una de las escenas más lindas de ver en Purity es también una de las preferidas de Juan Peralta Ramos: "Una de las partes más lindas y sensibles de la película es aquella en la que cocinamos con un niño y toda su familia. La escena muestra que los niños no están condicionados como los padres; cuando el padre quiere poner la mesa yo hago un ceviche, lo envuelvo en una hoja, le muestro cómo cortar con un cuchillo, y el niño muestra esa cosa de esperanza, de optimismo, de luz; ahí está su familia y el chico confía en mí y se come ese pescado crudo medio acevichado en una hoja de lechuga mientras el padre dice 'no, yo pescado crudo no'. Creo que es una luz de esperanza, la señal de una generación más consciente, como en algún punto me considero yo, que estoy más interesado en la trazabilidad del producto que en la cocina de moda. En ese niño que se anima a probar cosas nuevas y no tiene restricciones hay algo muy lindo de ver. Esa noche me fui a dormir contento, sintiendo que la película estaba bien direccionada. Y fue algo que surgió en el momento, inesperado".

Y es que no hay guion en Purity. Todo es más bien un experimento, y según cuentan los protagonistas a ambos lados de la lente, las cosas se fueron dando en forma improvisada, aleatoria, sin ataduras, con la libertad como premisa fundamental. Cuenta Alfred: "La película es una suerte de live to tell en el sentido más positivo; es el resultado de una convivencia, de estar dentro del ecosistema y el universo de la vida de Juan, conociéndolo. El film es un hijo inesperado, para nada planificado. En un momento iba a ser un cortometraje, de hecho, y sin duda es la menos culinaria que hemos hecho con House of Chef, se acerca más al cine independiente, a la ficción".


La película fue presentada en Cinema Cocina, un segmento del festival de cine de Málaga. "También podría haberse presentado como un drama, una cosa introspectiva de un joven que cocina pero al que también le suceden varias cosas. Hay cuestiones chamánicas, de tambores, de mujeres, de búsqueda personal, mar, montañas, lo que representa Uruguay", dice Juan. Ni él ni Oliveri pudieron estar presentes (los agarró la siempre inoportuna pandemia casi subidos al avión) para recibir el premio, la Biznaga de Plata, que vendría a ser el premio del público. Para ambos fue una sorpresa lindísima: "Es el más lindo de los premios, porque el público es auténtico, no está condicionado", cuenta Juan. "Me hace muy feliz que haya conectado con el público; cuando uno lo ve de afuera a veces parece que es un premio menor, pero al pensarlo desde adentro te das cuenta de lo que significa es que el público lo vio, te votó, lo eligió, y eso es fuertísimo. El público es el verdadero gran jurado", agrega Alfred.

Cerramos con un fragmento memorable de la película, una suerte de micro monólogo de su protagonista: "Lo único que me mueve es el homenaje. Todo es un homenaje. Esto es un homenaje. Puede ser un homenaje al mar, a toda esta fauna y esta flora a la que le pedimos permiso para estar acá. Ese es el motivo: es mostrar, es entregar, mostrar que entregás. Y es recibir, hacer sentir al otro que está en su casa, mimarlo, malcriarlo. Se tienen que alinear todas las estrellas. Tiene que estar todo, te tiene que envolver, tiene que comulgar: yo te estoy recibiendo, tengo que comulgar con todo lo que sucede".



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