Diarios de cuarentena: Un tiempo fuera del tiempo

En esta nueva columna epidémica, la multifacética Silvana Moreno (periodista, escritora, editora, productora, música) cuenta sobre fiestas por zoom, escapadas estratégicas y contrabandos pasteleros desde ventanas. También las nuevas habilidades, las lecturas retomadas y la esperanza de una salida llena de renovación.


por SILVANA MORENO

Hace seis años mi amigo Yasushi me trajo de Japón unos barbijos de Hello Kitty. De repente llegó la pandemia, y el regalo más superfluo se transformó en lo más útil que recibí en la vida. Si salgo los combino con guantes y así equipada me encuentro a veces con amigos de Villa Crespo, con los que solemos quedar disimuladamente en la fila de la verdulería, en la campana de reciclables, en la ventana de la cafetería… Ese intercambio fugaz de amistad hace llevadera la visión del barrio desolado, aunque tengamos las sonrisas tapadas.

El estrés asoma recién al volver a casa y descalzarme: ahí me siento tan agotada como la doctora Ryan Stone (interpretada por Sandra Bullock) tras su odisea en Gravity. Y aún falta lavar todo: manzanas con detergente, bolsas con lavandina, verduras con vinagre, mesada con alcohol, ventilar la ropa, bañarme… Ay.

Intramuros, se podría sospechar, las cosas no cambian tanto para quien vive sola y ya trabajaba desde su casa. Tal vez sea así, pero cumplir años en aislamiento social preventivo obligatorio sí que es distinto. Con una guirnalda de luces en el cuarto, una sidra en la mesa de luz y un moño al gato Abelardo, salió pijama party online: cada invitado “trajo” algo rico, hubo recital exclusivo de Sumaia y hasta debates filosóficos y astrológicos. “El secreto para atravesar esto es permanecer en el presente, estar agradecidos por cada mínima cosa, ayudar al que lo necesita y encontrar formas de adaptarse. Ojalá salgamos fortalecidos” fueron nuestras conclusiones en una noche futurista y cálida, distópica y emocionante a la vez.

Días después, bajé, crucé la calle y –con previo aviso– por una ventana me deslizaron unos chocolates patagónicos con moño, mientras yo extendía una porción de chocotorta rosa y el policía hacía la vista gorda. Al rato, en la puerta de la dietética me esperaban con un gato de la fortuna. Me sentí afortunada. Estos gestos hoy se cotizan más que el dólar.

Sigo trabajando, aunque me cuesta concentrarme. Me seco el pelo al sol. Tuve mi ataque de Mari Kondo. Los fines de semana me prendo a un Excel y me convierto en telemarketer voluntaria. Cocino recetas nuevas. Socializo. Le estoy dando otra oportunidad al hula hoop. Un libro que consideraba de difícil lectura se volvió fácil y agradable. El otro día nos visitó una abeja. Me gusta la idea de tomar este período como un tiempo fuera del tiempo, al estilo del día fuera del tiempo de los mayas. Que estas semanas sean momento para saldar asuntos, limpiar por dentro, por fuera, prepararse para un ciclo nuevo. 



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